Muchas veces, al género del horror le preocupa la inmediatez del peligro, ya sea un grupo de amigos de campamento acechados por un asesino serial, o una familia perseguida por fantasmas en su nuevo hogar. Pero muy pocas opciones se encargan de ahondar en lo que sucede luego de semejantes hechos: ¿qué es de la vida de los protagonistas de una tragedia al finalizar la historia? Este aspecto no sólo es la tesis y cimientos sobre los cuales se erige The Haunting of Hill House, sino que redobla la apuesta y prueba que la pérdida y la pena a veces pueden ser mucho más espeluznantes que la amenaza latente de la muerte. A veces, la supervivencia es mucho más difícil de sobrellevar que la muerte misma.
Basada en la novela homónima de Shirley Jackson publicada en 1959, la cual es considerada una de las mejores obras de casas embrujadas de todos los tiempos, Hill House tiene dicha vara alta y su primera adaptación cinematográfica, que data de 1963, desde entonces ha ganado un seguimiento de culto, entre los cuales sus principales abanderados son nada más y nada menos que Martin Scorsese, Steven Spielberg y hasta Stephen King, quien en 2002 estrenó su propia versión libre de la novela titulada Rose Red. De la revisión en 1999 con Liam Neeson, Catherine Zeta-Jones, Owen Wilson y Lili Taylor mejor nos olvidamos. No era tarea fácil para Mike Flanagan, pero si algo ha demostrado el director y guionista de Oculus, Hush, Somnia, Ouija: Origin of Evil y Gerald’s Game, es que no le tiene miedo a los desafíos, y en tan solo diez episodios rearma la historia escrita por Jackson, le da sabor propio y crea una saga de horror con toda su impronta que se dispara hacia lo mejor del año en materia de televisión, y hacia lo mejor que se ha hecho en el género desde hace décadas.
Dividida en dos tiempos -el antes y el después-, Hill House sigue a la familia Crain, siendo las cabezas de la familia la pareja de renovadores de hogares Hugh (Henry Thomas) y Olivia (Carla Gugino), los encargados de poner en valor la vasta y lóbrega Hill House para su venta durante todo un verano, acompañados de sus hijos Steven (Paxton Singleton), Shirley (Lulu Wilson), Theodora (Mckenna Grace) y los mellizos Luke (Julian Hilliard) y Eleanor (Violet McGraw). A medida que los Crain se fueron acostumbrando a la casa, esta también se fue acostumbrando a ellos, y para la fatídica noche en la cual la familia tuvo que desalojar la mansión en un apuro, el peso del acoso sobrenatural sufrido se saldó con la vida de la matriarca, tragedia que marcó a fuego a todos los sobrevivientes. En la actualidad, Steven (Michiel Huisman) es un escritor de poca monta que ha encontrado fama al escribir un libro sobre los hechos acaecidos en su último hogar, motivo por el cual el resto de sus hermanos no le dirigen la palabra. Shirley (Elizabeth Reaser) ahora es dueña de una funeraria, Theo (Kate Siegel) es una psicóloga infantil, Luke (Oliver Jackson-Cohen) entra y sale de centros de rehabilitación debido a un agudo cuadro de adicción a las drogas, y Eleanor -Nell (Victoria Pedretti)- apenas si puede vivir, todavía agobiada por el pasado y por un extremo caso de parálisis nocturna. De su progenitor (Timothy Hutton) apenas si tienen noticias tras la muerte de su madre. Durante los diez episodios, el pasado y el presente se irán trenzando, armando el arco narrativo para cada uno de los integrantes de la familia, y explorando a fondo todos los miedos que los plagaron de chicos y los siguen plagando de grandes. Los Crain nunca tuvieron una resolución, y encontrarla ahora de grandes resultará una tarea que podría costarles todo.
Uno de los mejores aspectos de Hill House es aprovechar la ventaja de tener casi diez horas de duración, en comparación de casi dos horas de una película, para presentar y explorar a sus protagonistas. Flanagan sabe que eso es crucial para que el espectador se preocupe por los personajes, y para el momento que la serie termina uno siente que los Crain fueron amigos cercanos. Ése es el nivel de empatía que uno genera con los hermanitos. Se sienten reales, tanto en las rencillas infantiles como en los dilemas adultos que transitan. De los episodios 1 al 5, cada hermano tiene su historia en foco, ya sea sus vivencias particulares en la casa, los vagos recuerdos de Esa Noche en particular, y la situación actual. Tanto el elenco de jóvenes promesas como el consagrado reparto mayor se prestan a contar este cuento gótico y lo entregan todo; cada uno tiene su momento de brillar, e incluso con esa maravilla absoluta que es el episodio 6, donde las líneas narrativas confluyen en varias tomas en continuado, uno puede percatarse de lo bien que interactúa el elenco en el pasado y en el presente. Hay tanto que quiero decir pero no me animo para dejar que exploren esta serie a sus anchas, pero es casi primordial que se la digiera en una o dos sentadas. Es uno de los casos en el cual el binge-watching es prácticamente una condición, pero tiene contraindicación, claro. Hill House puede que sea un cuento de horror doméstico y gótico, que se toma su tiempo en llegar hasta el corazón de la historia, pero cuando lo hace arremete contra todos los sentidos. Se gana todos y cada uno de sus sustos a fuerza del deterioro personal de cada Crain, y si bien como espectador uno quiere desentrañar el misterio de la casa maldita, tomarse una cucharada bien llena de los pesares de la familia puede acongojar hasta a la platea más recia.
Y en el centro de todo, está Mike fucking Flanagan. Este artista del horror ya se disparó entre los grandes cineastas del género y con justa razón. Mike no da puntada sin hilo, conoce de cabo a rabo las directivas de las historias con casas encantadas y fantasmas, y gira las reglas para acomodarlas a gusto y piacere, entregando giros narrativos excelentes, que tienen tanto de horror como de drama. Los sustos no son solamente sustos, tienen su basamento dramático, así que cuando algo escalofriante sucede en pantalla, asusta y/o duele el doble. Ni hablar de sus dotes como director. Ya si habíamos notado que le da a Hill House su propia mística en cada rincón, recoveco y habitación de la casa, a tal punto que parece respirar por cuenta propia, tenemos la teatralidad de Two Storms, el fascinante sexto episodio, donde Flanagan se despacha con las antes mencionadas tomas continuas que entremezclan una tormenta en el pasado y otra en el presente, con resultados impresionantes.
The Haunting of Hill House es una maravillosa fábula gótica moderna, excelentemente construida, dirigida, escrita, actuada y editada. Cuesta creer que un producto así haya salido de Netflix, que no siempre tiene la mejor puntería con producciones originales. En esta ocasión acertó de lleno con una serie inolvidable repleta de miedo, dolor, drama y personajes encantadores.
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