La onceava película del realizador presenta un conjunto de crónicas de la última edición de una revista estadounidense radicada en Francia. Con la mayoría de sus colaboradores y algunas sorpresas, Anderson no sale de su lugar de confort.
Arthur Howitzer Jr., el creador de French Dispatch, acaba de fallecer. Una pérdida irreparable para el periodismo, no solo por su trabajo en la creación de dicha revista sino que, tras su muerte, esta dejará de publicarse. Por eso con The French Dispatch nos adentramos en su última edición, contando con las crónicas destacadas de sus más importantes periodistas divida en temáticas y universos diferentes.
Separada en tres grandes crónicas –acompañado por un pequeño prefacio a cargo del personaje de Owen Wilson en el que describe la ciudad en la que se sitúa la redacción-, podemos observar cómo la revista toma vida propia y se registra en la pantalla, teniendo la voz en off de sus periodistas para contar la historia y poniendo el cuerpo en los acontecimientos narrados.
El primero de los casos la tiene a JKL Berensen (Tilda Swinton), quien presenta la intrincada relación entre el artista Moses Rosenthaler (Benicio del Toro) y el empresario Julien Cadazio (Adrien Brody) y su disputa por la falta de inspiración o el mercantilismo de la pintura, donde se destaca el trabajo de Léa Seydoux en la piel de Simone, la musa de Moses. En el segundo de los casos tenemos a la periodista Lucinda Krementz (Frances McDormand) en la cobertura de una revolucionaria protesta universitaria, durante la cual establece relación con los jóvenes Zeffirelli (Timothée Chalamet) y Juliette (Lyna Khoudri) en plena etapa de cambios juveniles, en tanto también se debate la soledad, el paso del tiempo y los mandatos sociales. Por último, Jeffrey Wright personifica al periodista especialista en los aspectos culinarios Roebuck Wright mientras cuenta en un programa de televisión sus sucesos con la policía de Ennui y el reconocido cocinero Nescafier (Steve Park).
El largometraje presenta historias con la marca de Anderson, con todos los vicios y virtudes que su estilo ha dejado ver a lo largo de su filmografía, con los diálogos y puesta en escena geométrica propicia para el evento. Quizás la diferencia es no apostar por una paleta de colores más peculiar, como puede pasar en otros de sus proyectos, salvo en las escenas del edifico de la revista en las que predomina el amarillo. Una respuesta a esto es que las crónicas en su mayoría apuntan a lo acromático y los grises son los grandes protagonistas, sin contar algunos pasajes en el relato y el recurso animado para la cuarta mini-historia que nos acerca a lo visto en trabajos como Fantastic Mr Fox e Isle of Dogs.
Al igual que su director, el conjunto de historias son un tómalo o déjalo; pero en su conjunto. Cuesta imaginar que, si bien el espectador pueda preferir uno de los relatos por sobre otro, haya una diferencia casi sistemática entre ellos, ya que apuntan a la misma narración y sus desarrollos son similares, con la marca Anderson. Quizás en el cuarto relato su comienzo se vuelva algo abstracto –qué del director no lo es- y pueda costar entrar en su atmósfera los primeros minutos, también producto del arrastre que carga la película más allá de no ser particularmente extensa. Esto quiere decir que los relatos tienen su unión y forman un producto unificado por fuera de las diferencias de las historias, respondiendo a la línea editorial que presenta la revista.
En este sentido mucho de los personajes corren por detrás, lo mismo que sus intérpretes, algo habitual en la filmografía del director al pensar en la cantidad de figuras con las que cuenta y el poco espacio disponible para que brillen todos. Al ya nombrado trabajo de Seydoux se suma el del joven Chalamet, que presenta una sólida interpretación donde se le permite jugar con el personaje y presentar otras vertientes no tan vistas con su compañera Khoudri, una de las sorpresas dentro del elenco. Por otra parte tenemos personajes que podríamos haber visto más tiempo o que te deja a la mitad de su presentación y que llaman la atención, ya sea el de Elisabeth Moss o el de Christoph Waltz, que son nombres que en la previa podían interesar pero que no tienen mucho lugar en pantalla.
¿Es la famosa carta de amor al periodismo de la que tanto se habla? Sí, correspondiendo a otra época. El romanticismo a las revistas y las crónicas están más que presentes, principalmente en lo que respecta a su clímax. Si bien Anderson nunca fue un cineasta que planta bandera o un posicionamiento problemático en algunas temáticas –quizá sí en su película animada de 2018-, nunca se encuentra alguna crítica de época a la profesión y evita cualquier comparación con las modificaciones en el mismo o temas del debate actual, buscando que nos quedemos con esta visión edulcorada y pura del trabajo periodístico. Otro de los hechos llamativos que refuerzan lo anterior son las inspiraciones que el propio realizador utilizó para este nuevo proyecto, desde esta ficticia revista tomada desde la real The New Yorker como el rol de algunos de sus periodistas; es decir, cierto tipo de periodismo puede verse reflejado o representado, pero no en su mayoría para los tiempos que corren.
Sin quedar en la memoria del cinéfilo y corriendo por detrás con respecto a otros largometrajes del propio Anderson, The French Dispatch es una interesante propuesta para los ortodoxos del artista y para aquellos fanáticos del periodismo y los relatos.
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