Una joven norteamericana llamada Sara va a la búsqueda de su hermana gemela, quien desapareció misteriosamente en el legendario bosque Aokigahara. A pesar de las advertencias de mantenerse dentro del camino, Sara debe luchar contra las atormentadas y enojadas almas de los muertos que acechan a aquellos que vagan por el bosque.
Los comienzos de cada año, en particular sus dos primeros meses, son conocidos mundialmente y sobre todo en suelo norteamericano por ser un reguero de película descartadas por todos los grandes estudios. Son pequeños proyectos, usualmente de horror, con bajo presupuesto y apuntadas al sector adolescente. Si logran enganchar a esa platea, atraídos por terror descartable y una calificación PG-13 que los favorece, el rédito económico no será mucho pero suficiente para saldar las cuentas. Es una pena absoluta que detrás de la interesante premisa que maneja The Forest se esconda esa película que los estudios tanto desdeñan, rebosante de momentos muy usados en el género y el desperdicio de una fantástica actriz principal.
La asombrosa historia del bosque de Aokigahara, en Japón, es demasiado llamativa para que no haya sido trasladada a la pantalla grande antes. En las laderas del monte Fuji, es conocida la costumbre de acercarse a dicho bosque y sumergirse en su profundidad frondosa para encontrar el final de la vida. Es en este mismo bosque que Jess, la gemela idéntica de Sara –Natalie Dormer– se extravía durante días y es tarea de su hermana el viajar a tierras asiáticas a recuperar a la oveja descarriada de la familia.
Durante el primer tramo del film, es imposible no sentirse atraído a la moda de la década del \’00, cuando la aparición de reimaginaciones del género de terror brotaban de abajo de las piedras. La excelente The Ring, las mediocres The Grudge y muchas otras más. La trama se presta a la confusión entre costumbres, la tristeza ante la posible pérdida de un familiar muy cercano, todo encaja de perlas en el sutil y hermoso filmar que tiene la opera prima de Jason Zada. Como escenario, el misterio está en cada fotograma y por ese lado, la película es escabrosa. El guión es lo que saca de sus ejes a The Forest.
El trabajo a seis manos de Nick Antosca, Sarah Cornwell y Ben Ketai elige la ruta de una búsqueda desesperada hacia un terror de sustos momentáneos, mechando con un poco de horror psicológico, alucinaciones y un par de fantasmitas japoneses que apenas dan miedo. No hay sustos inteligentes, sino apariciones raudas seguidas de un volumen elevado que toma por sorpresa al espectador pero que a la larga no lleva a ningún lado. Habrá algún que otro susto bien pensado, pero son poquísimos, y se ahogan entre la otra clase.
Para cuando las ruedas del tercer acto comiencen a moverse, la trama está totalmente deshilvanada, y como resolución ofrece un final muy pobre y, sí, trillado. Dormer hace lo que puede dándole vida a una historia de dos hermanas, cada una con su diferente personalidad, y entrega profundidad allá donde el guión no la ofrece. Algunas decisiones de Sara no son del todo acertadas, siempre desde un guión que apunta a empujar la trama hacia adelante con pasos en falso de parte de la protagonista, pero en boca de Dormer dichas decisiones se notan acertadas. Natalie es el corazón de la película… si bien está acompañada por Taylor Kinney, es una cara bonita cuando tiene que serlo y un verdadero árbol endurecido cuando la ocasión lo requiere.
Lo que comienza como un viaje sugerente a un hábito cultural siniestro y oscuro termina por encontrar su lugar en una película de horror pasatista, obligada terminar su paseo por el bosque de la manera más arbitraria posible. Más de lo mismo, aunque posee uno de los escenarios más bellos que se hayan visto en el cine de género reciente.
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