Existe un Disney que no se conoce, uno en el que hay marginalidad, sueños rotos e infancia en riesgo, pero quedarse con eso es minimizar la grandeza de The Florida Project. Existe en Orlando, como también está presente en tantos lugares de Estados Unidos y el resto del mundo. Sean Baker quiere hablar sobre una problemática a la que se refiere como «indigencia oculta», y con notable precisión sitúa su historia en las cercanías del famoso complejo. A pasos de este idílico mundo de fantasía, repleto de hoteles de primer nivel y parques temáticos, lo que hace que la historia de Moonee y Halley resulte tan demoledora.
Las dos viven durante el verano en un económico motel a la vera de la autopista. La encantadora e intensa niña de 6 años, interpretada en forma brillante por Brooklynn Prince, se pasa los días jugando con sus amigos alejada de cualquier control parental. No están limitados a los confines del parador, sino que se manejan con una preocupante libertad a lo largo de la zona. Es imposible ingresar a los costosos parques que mueven en masa a los turistas, con lo que convierten a las inmediaciones en el suyo propio, con esa imaginación e inocencia bien propia de los chicos. Visitar otros albergues, corretear por el campo para ver a las vacas o deambular por casas abandonadas son algunas de las actividades a las que recurren estos pequeños durante la temporada sin escuela. Y Baker filma con enorme belleza, esta vez en 35 mm –la aclamada Tangerine la hizo con tres iPhones-, y con una fotografía por parte de Alexis Zabe que transforma la carencia en una aventura mágica, explotada de colores. El «Magic Castle» pintado de un bonito violeta pastel y los locales del área, que están lejos de ser construcciones corrientes, se vuelven verdaderas atracciones bajo el ojo del cineasta.
Moonee y sus amigos hacen de las suyas, pero Halley también. Una rabiosa Bria Vinaite le pone el cuerpo a esta madre joven, sin trabajo ni perspectivas de conseguir uno, que se las rebusca para juntar dólar tras dólar y así pagar una renta a la que siempre llega tarde. El realizador y su co-escritor Chris Bergoch no la juzgan, ya que dejan en evidencia la falta de oportunidades, pero eso no implica que se le de un pase libre. Ama a su hija y lo hace todo por ella, pero queda en claro que no es suficiente o que tiene una cuestionable falta de criterio. Se la pasa en pijama frente al televisor y se expone a situaciones cada vez más riesgosas con el fin de proveer para su niña, a la vez que parece que nunca le falta faso. Y ahí para dar una mano eventual está Willem Dafoe, en un papel que resalta la gran clase de actor que es. Lejos del tono siniestro que se sabe puede inyectar a la perfección a sus personajes, se pone en la piel de Bobby con sincera compasión. Su encargado del motel es piadoso, su cuerpo carga cansancio a cuestas pero hay real preocupación por los inquilinos, especialmente los niños. Esos pómulos marcados, ojos penetrantes y sonrisa aterradora, siempre buscados para encarnar a sujetos perversos o escalofriantes, aquí se relajan en la forma de un rostro humano y dedicado.
The Florida Project es desgarradora en su belleza. Sabe que no hay una olla de oro detrás del arcoíris, pero igual filma como si lo hubiera. Ofrece cierta esperanza al mirar a una parte de la población que generalmente carece de ella, haciéndonos seguir a un grupo de niños inadvertidamente felices pero con cuantiosas necesidades. Baker se enfoca en una problemática real de vasta extensión, sin regodearse en la miseria, más bien con una celebración de esta vida marginal que necesita cuidado. Y lo hace desde el corazón de un paraíso que representa lo diametralmente opuesto. Con un certero golpe de puño en la nuca, desde donde no se prestaba atención.
[ratingwidget_toprated type=»pages» created_in=»all_time» direction=»ltr» max_items=»10″ min_votes=»1″ order=»DESC» order_by=»avgrate»]