Crítica de The Dressmaker / El poder de la moda

Una mujer glamorosa regresa a su pequeño pueblo en una zona rural de Australia. Con su máquina de coser y un estilo de alta costura, transforma a las mujeres y se cobra una dulce venganza sobre aquellos que se equivocaron con ella años atrás.

Describir a The Dressmaker es una tarea muy difícil de realizar. Su título en castellano –El poder de la moda– tampoco ayuda mucho a este crisol fílmico que mezcla pura comedia con drama lacrimógeno, a una venganza gestada hace años y al típico pueblo chico, infierno grande. Son tantas las influencias que maneja -la misma directora Jocelyn Moorhouse la describió como The Unforgiven de Clint Eastwood pero con una máquina de coser de por medio- que verdaderamente es una gema única dentro del panorama cinéfilo actual.

Basada en la novela gótica de la australiana Rosalie Ham, sigue las andanzas de Myrtle Tilly Dunnage, una modista que regresa a su pueblo natal Dungatar para cuidar de su avejentada madre y poner en orden sus asuntos. Hace 25 años hubo una gran tragedia en la cual ella estuvo involucrada, motivo por el cual fue removida de su pueblo, y ahora la creadora de alta costura ha vuelto para quitarle el velo a su pasado y hacer las paces con una maldición que la persigue allí a donde vaya.

Esta clase de artilugio narrativo -el regreso a casa de un personaje- se ha utilizado hasta el hartazgo y muchas veces cansa. Pero si bien la primera mitad de la película puede resultar previsible, su elenco la sostiene, al menos hasta que el tono vaya cambiando y se transforme en algo diferente. De manera imprevisible, el drama se apodera de la historia y, así como en la vida misma, los personajes deben enfrentarse al odio, la mezquindad, la vergüenza y los secretos desde el otro lado de la vereda. Si en un primer momento todo estaba pintado con los colores cálidos de la comedia, los fríos del drama se adueñan de la trama y conducen hasta un ardoroso final que resulta extremadamente catártico.

En el camino quedan algún que otro desnivel actoral, sobre todo el desequilibrado elenco que enfrenta a una madura Kate Winslet con la joven estrella Liam Hemsworth, para enredarlos de forma romántica y hacerlos pasar como si tuviesen la misma edad, pero son detalles -notorios, eso sí- que no afectan la calidad del relato. Winslet puede hacer lo que sea y, además de alucinar con un par de atuendos hechos a medida, resulta demasiado estimulante junto a la legendaria Judy Davis, quien interpreta a su alcohólica y peleadora madre.

The Dressmaker es completamente disfrutable si se entra en su mundo pasando el título algo genérico. Dentro hay una gran historia con matices un poco conocidos, pero con drásticos giros esperando a que un espectador incauto caiga en ellos.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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