Un encantador tributo a la alegría y locura de hacer películas, sigue las extravagantes aventuras del excéntrico director Tommy Wiseau y su mejor amigo, el actor Greg Sestero.
En los albores del nuevo milenio postmoderno, una extravagante producción vio la luz en una premiere, para convertirse desde ese momento en un film icónico, un símbolo pop de este mundo dominado por los medios de comunicación. The Room (2003) ahora es conocida como la peor película de la historia -una entre las tantas que también cargan con ese peso- y Tommy Wiseau, su enigmático y estrambótico protagonista, autor, director y productor, forma parte de los anales del espectáculo. James Franco se calza la gorra de director y la melena de Tommy para The Disaster Artist, la historia de Wiseau y su amigo Greg desde que se conocieron hasta que estrenaron tan nefasta joya cinematográfica.
El guión co-escrito por Scott Neustadter y Michael H. Weber toma como punto de focalización a Greg Sestero -interpretado por Dave Franco-, el joven aspirante a actor devenido en mano derecha de Tommy; una gran jugada por parte de los guionistas que liberan al personaje de Wiseau, que debe mantenerse expectante e intrigante. De todas formas, James Franco no se toma mucho tiempo en aparecer como este protagonista que ya en su primera escena -interpretando al personaje de Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo– muestra todas las cartas de un excentricismo e irracionalidad que serán constantes a lo largo del film.
El bueno y querido de Franco, en su doble rol de actor y director, logra combinar estas facetas en un registro que no termina de ser tan favorable. The Disaster Artist lleva la comedia a un pulso acelerado por demás, con gags o chistes que no llegan a arrancar carcajadas estruendosas. El principal problema radica en el apresuramiento de estos chistes y en una primera porción del film en donde Franco parece estar más sobreactuando. A medida que corran los minutos, uno va entrando en el mundo de Wiseau y hallando en el Tommy de Franco menos hilaridad y más dramatismo, mientras que Dave Franco mantiene un perseverante buen trabajo con su Greg. Y cuando los personajes se encuentran más asentados es que llega el esperado momento en que los protagonistas se lanzan a filmar The Room, logrando secuencias donde la comicidad alcanza su corrección y punto más álgido, mezclándose con momentos de una tensión punzante. Franco lleva a su Wiseau a un nivel en donde prima lo grotesco.
Resulta cuanto menos curioso que la narración y el tono crece a pasos agigantados cuando hacen su aparición diferentes iconos de la Nueva Comedia Americana, tales como Judd Apatow, Seth Rogen o Alison Brie, entre otros; como si ese grupo de artistas que dieron juntos sus primeros pasos en el cine se amalgamasen a la perfección y el film se desenvolviera con una fluida naturalidad.
La carga dramática de The Disaster Artist permite reconocer en la obra un respeto hacia lo que hizo Tommy Wiseau. A pesar de la calidad de su trabajo, The Room significó mucho más para la generación que daba sus primeros pasos en el mundo del espectáculo. La figura de Wiseau no solo es elogiada en las entrevistas -precedentes a la narración- a Kristen Bell, Danny McBride, J.J. Abrams o Lizzy Caplan, solo por nombrar algunos, sino que se mantiene un realismo imparcial otorgado por la comedia y la tragedia, explorando la profundidad del artista y no solo lo que puede suscitar la comicidad.
A fin de cuentas, The Room y Tommy Wiseau representan el sueño de alguien que no espero a que las oportunidades llegaran, sino que creó la suya propia. La cultura postmoderna le permitió sobrevivir al desastre y salir fortalecido. A través de una fatal producción, pasó de ser un don nadie a figurar como un icono de la cultura cinematográfica. ¿Cuántos pueden decir eso? Tommy Wiseau enarbola la bandera más marginal y bizarra de los soñadores.
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