Crítica de The Dirt: Un Sonido Infernal

Se trata de una crónica sin tapujos sobre el ascenso de la icónica banda Mötley Crüe hacia la cima del hair metal, cruzado con sobredosis de drogas, sexo con groupies, encontronazos con la Policía y peleas internas.

Hay pocas historias tan alocadas como la de Mötley Crüe y su ascenso, descenso y posterior renacimiento en una época en la que todos estaban lo suficientemente borrachos como para desconocer tal relato. Por esto mismo, no resulta raro que un director como Jeff Tremaine –el hombre detrás de Jackass– se haya interesado en llevar tal lisérgica odisea al séptimo arte; después de todo, su estilo salvaje y desenfadado le hacían perfecto para contar la historia de cuatro inadaptados que caen en los vicios de los ’80. «La maldita peor década de la humanidad», según como la define Nikki Sixx. Así que, en base a la novela autobiográfica escrita por la misma banda y Neil Strauss, llega The Dirt en una época donde las películas de bandas parecen comenzar un nuevo auge.

Hay cierto aire de rebeldía que se captura desde los primeros minutos y permanece a lo largo de la hora 40 de duración, con el monólogo del problemático Nikki Sixx –encarnado por Douglas Booth– presentando a sus tres camaradas en medio de una fiesta. Eso es, en fin, Mötley Crüe, y sin duda los han logrado plasmar en todo su exceso y desenfreno. Machine Gun Kelly encarna a Tommy Lee, Iwan Rheon es Mick Mars y, en una de decisión de casting más que curiosa, Daniel Webber interpreta a Vince Neil. En términos generales, todo el elenco pone de su parte para entretener con las famosas fechorías que realizó el grupo durante su fama, pero se debe mencionar que el rango de Webber no alcanza a hacer creíble al rebelde vocalista, con lo que cada una de sus escenas se siente fuera de lugar y, en parte, forzada.

Es con este singular cuarteto que la película logra destacar, al estar inmersa en sus escarnios y desventuras. Por alguna razón, los únicos momentos en los que Tremaine se percibe genuinamente inspirado es a la hora de hacer callar a sus personajes y mandarlos a funcionales montajes musicales. Es lo esperable de una historia sobre artistas musicales, pero eso no quita el hecho de que, a la hora de hablar y exponer, The Dirt adolezca de un guion poco pulido. Sin embargo, tal tropiezo se comienza a percibir a poco más de la hora de película, con la banda en un estado crítico que les arrebata de cualquier música en su vida. Y es que el film no puede huir de la insipidez dramática propia de los biopics, una de las tantas piedras con las que también tropezó Bohemian Rhapsdoy.

Es de lo mencionado donde surge uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la película. Si Mötley Crüe se llegó a destacar por sus personalidades irreverentes, es inconcebible que su relato se transforme en uno del montón. Lo hay de todo, desde su primera prueba musical con una quinta persona pasmada por el talento y potencial éxito de lo que está presenciando –zoom incluido-, hasta los dramáticos minutos finales que funcionan de reconciliación entre los miembros. Al igual que con la de Freddie Mercury, es innegable que algunos de los sucesos hayan ocurrido, pero el tratamiento que se les da los convierten en clichés de las producciones del tipo.

Al final, The Dirt se queda en potencial y estilo, sin lograr brillar en su objetivo de inmortalizar en pantalla a la famosa banda de heavy metal. Sí, sus posibilidades de triunfar entre los fanáticos son más que altas, pues estarán satisfechos con que las mejores anécdotas se representan y, encima, con el buen tratamiento que Tremaine otorga a tales escenas, pero queda en duda de si en algún futuro se logrará romper el molde del drama biográfico. Desafortunadamente, la película se queda como una comedia medianamente funcional que pudo ser grande, pero lejos de hacer justicia a Mötley Crüe.

 

 

 

 

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César Cortez

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