Los investigadores de fenómenos paranormales Ed y Lorraine Warren se enfrentan a un nuevo caso: el de un hombre acusado de un terrible asesinato, que asegura haber sido poseído por un demonio.
¿Son el matrimonio Warren los investigadores paranormales más entrañables que hemos conocido en las últimas décadas? Podría apostar que sí, ya que sus películas en solitario podemos considerarlas como verdaderas reuniones familiares del horror, de tan encariñados que nos hemos visto con Ed y Lorraine. Pero ¿qué sucede cuando el padre de los demonólogos, James Wan, deja el trono para cedérselo a un director que no está a la altura de su calibre? El resultado es The Conjuring: The Devil Made Me Do It, una entrega menor en la línea temporal principal de la saga, pero no por ello menos entretenida.
Vamos a lo principal. Michael Chaves, director de la insípida Curse of La Llorona, entró a la cancha con un par de goles en contra. Su prontuario en el universo Conjuring no era el mejor, y los zapatos a llenar eran unos de talla muy grande. Ya con el prólogo podemos ver el camino por donde transitará esta tercera entrega: un capítulo bastante masticable pero que no tiene el sabor especial de sus predecesores. Es una película bombástica, que apunta a ruidos fuertes y momentos shockeantes con su exorcismo en los primeros minutos, que agitará a la platea pero que carece de esa construcción primorosa que se privilegiaba previamente.
Éste es un caso particular, obviamente mentado como el más terrorífico de la saga al momento por cuestiones promocionales, pero sí es relevante ya que aborda el primer caso en la corte norteamericana que tomó la posición de defensa de su acusado con inocencia por causa de posesión demoníaca. La frase utilizada como subtítulo «El Diablo me obligó a hacerlo». Veremos con el correr de los minutos que el Diablo en mayúsculas mucho no tiene que ver con la posesión, pero nos estamos adelantando a la investigación que tienen los Warren por delante. El caso tiene un cariz más policial y procedimental que los anteriores, con el matrimonio utilizando sus habilidades para llegar al fondo de la maldad que los rodea, a ellos y a su cliente endemoniado.
Para los Warren reales habrá sido un momento crucial en sus carreras el caso de Arne Johnson, pero para las versiones en celuloide es un escalón inferior en su filmografía. No se puede considerar a The Devil Made Me Do It al mismo nivel del caso Perron de la primera o la maldición de Enfield en Londres de la segunda, pero gracias al carisma de su pareja protagónica sobreviven a su entrega más sensacionalista de todas. Que no está mal, para nada mal, pero no es lo mismo. La mística se siente apresurada, y si no fuese por la encomiable labor de Vera Farmiga y Patrick Wilson y su química antológica, estaríamos viendo un subproducto clase B de la misma saga. Vera y Patrick SON Ed y Lorraine, y con cada caso da un poco de congoja verlos crecer y acercarse a problemas de la edad como lo es el impedimento médico de Ed que promete mayores quebraderos de cabeza que la figura villana de esta entrega.
Hay que respirar tranquilos porque en esta ocasión no tenemos una figura que prometa un nuevo spin-off (un demonio quedó en la sala de edición) y que todo se enfoque en la interesante antagonista que es La Ocultista, que le aporta un costado un tanto más truculento y humano al horror de la ocasión, una cara visible que comete atrocidades varias y tiene un buen trasfondo pero conforma un arma de doble filo: al ser un ser tangible y no un espectro, su amenaza se siente una variante que le aporta un extra que no se había visto antes en la serie, pero también una especie de desilusión, afín a la revelación del villano en cualquier episodio de Scooby-Doo.
The Conjuring: The Devil Made Me Do It tenía todo para ser una secuela inferior, y ahí no decepciona. Es la hermanita menor y se siente ese ahínco de querer estar con el resto pero no puede, pero es entretenida, te obliga a pegar un par de saltos, y te deja esperando a ver con qué caso horripilante se ensalzan los Warren la próxima.
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