En el futuro cercano, un grupo de astronautas internacionales en una estación espacial trabajan para resolver una masiva crisis energética en la Tierra. La tecnología experimental a bordo de la estación tiene un resultado inesperado, lo que deja al equipo aislado y luchando por su supervivencia.
10 años han transcurrido desde que J.J. Abrams cambió por completo la manera de publicitar una película con Cloverfield. Apenas un escueto y por demás misterioso trailer se presentó siete meses antes de su estreno, el cual abrió las puertas a un juego de realidad aumentada online que dejaba pistas desperdigadas por Internet para resolver una intriga moderna, que culminó en una de las películas más originales del subgénero found footage. Su secuela se hizo desear durante mucho tiempo, con los fanáticos del universo presentado queriendo saber las respuestas a sus interrogantes más profundos. En 2016, Abrams y compañía patearon el tablero de juego al presentar el avance de la secuela espiritual 10 Cloverfield Lane apenas un mes antes de su estreno en salas. La jugada maestra revelaba que no habría que esperar mucho para ver tan anticipada continuación, y que los engranajes del hype apenas tendrían tiempo para masticar la ausencia de la saga por ocho arduos años. El resultado final fue un thriller contenido que nunca iba a ser parte de la mitología, pero que gracias a la mente incansable del productor pudo forzar un acto final apoteósico que poco y nada tenía que ver con el film de suspenso que habíamos visto hasta ese momento, que le abría la puerta a cosas más grandes.
Y dos años después de esa secuela salida de la nada el tablero es pateado una vez más, esta vez compartiendo el crédito con el gigante Netflix en un movimiento sin precedentes para la industria del cine, pero que esconde tan solo una cáscara vacía. Una que nos hace replantearnos como audiencia, y en el caso particular como fanático de la saga, qué es lo que estábamos esperando de The Cloverfield Paradox, tercera y frágil entrega de esta manufacturada franquicia. Empujada una y otra vez de su fecha de estreno en cines, se temía lo peor por parte de God Particle, título original del film de Julius Onah antes de pasar a las grande ligas con el sello Abrams. Con un nuevo lanzamiento programado para abril, fue una onda expansiva de sorpresa cuando, durante el Super Bowl, la plataforma de streaming sacó un spot televisivo que informaba que la mencionada película sería estrenada una vez terminado el espectáculo deportivo. La noticia corrió como pólvora por la red y todos contuvimos el aliento en admiración por esta maniobra absolutamente arrolladora. Y después vimos la película…
The Cloverfield Paradox es un telefilm glorificado, que luce en pantalla cada uno de los millones invertidos en él pero que no tiene absolutamente nada que ver con la saga. Su intento de conectarla con el resto de la serie es vergonzoso y francamente perezoso, y si bien el elenco se presta al juego espacial de la trama, es en definitiva un desperdicio de talento por donde se lo mire, que provoca un serio replanteo de lo que podemos esperar del universo conectado. Son pequeños los aditivos desperdigados para entrecruzar las tramas, pero son mas bien hilos delgados y no las respuestas que hace 10 años nos venimos formulando. Un experimento en órbita que fracasa estrepitosamente es el punto de partida para esta odisea espacial que en sí misma tampoco cobra mucho sentido, donde ocurren eventos porque tienen que suceder en la trama. Divide su tiempo entre la lucha desesperada de la tripulación por volver a su planeta Tierra y el marido de la protagonista, que ve cómo su estadía en suelo firme se ve interrumpida por la llegada invasiva de algo cuya sombra es enorme.
Gugu Mbatha-Raw es la protagonista excluyente del conjunto, una astronauta que batalla demonios personales que la llevan a plantearse un serio dilema moral cuando la paradoja del título actúe sobre la tripulación extraviada. Solo ella y la incombustible Elizabeth Debicki saben realmente dónde se encuentran paradas y le entregan vitalidad a un thriller que tiene pocos elementos para impresionar, que cuando no sabe qué hacer pone a Chris O’Dowd a hacer chistes fuera de lugar, como si fuese una película de Marvel. El equipo al completo es sólido y hace lo que puede, pero el mismo guión de Oren Uziel (Shimer Lake) y Doug Jung (Star Trek Beyond) empuja a gente tan calificada como lo es la tripulación a actuar como idiotas con tal de mover la narrativa hacia adelante. 10 Cloverfield Lane al menos salía airosa como una película de suspenso que luego se sacaba su máscara para develar su identidad dentro de la saga. The Cloverfield Paradox revela enseguida sus intentos de conectarse y hasta produce vergüenza el plano final, básicamente un codazo en el costado con el que los productores nos dicen «Miren, ahí está la conexión que tanto anhelaban. ¿Contentos?» Quitando errores garrafales a nivel narrativo, hay que admitir que es moderadamente entretenida cuando invita al espectador a ser partícipe de todo el caos espacial, sin saber qué sucede al igual que la tripulación. Es hasta que el hilo no se puede estirar más, y uno presencia la carencia de respuestas, que comienza la preocupación por el desenlace.
Realmente quería que The Cloverfield Paradox me gustase, y mucho. Luego de haber hecho las paces con 10 Cloverfield Lane tras idolatrar a la original, este último movimiento es totalmente novedoso en temas publicitarios, pero es tan invisible como la fábula de las ropas del emperador. Es mirar a la pantalla y notar la completa falta de esfuerzo, cuando bien podrían pensar un producto desde cero para que sea fidedigno a la saga, en vez de pegarle una calcomanía al frente y venderla erróneamente. En octubre llegaría Overlord, cuarto film de la franquicia y que transcurrirá en la Segunda Guerra Mundial, pero las expectativas están tan reducidas luego de este golpe bajo que podemos esperar lo que sea.
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