Dar otros detalles sobre el argumento de The Cabin in the Woods es arruinar una película de la que es mejor no saber nada. Lo cierto es que no es el típico film de sustos fáciles que propone la sinopsis, sino uno que refunda un género hastiado de producciones hechas con molde año a año. Drew Goddard y Joss Whedon entregan una pieza exquisita que conoce a la perfección los mecanismos del terror, al punto de poder desarmarlo frente a la cámara y narrar una historia a partir de examinar y exponer los hilos que lo controlan. Todo se resume a que La Cabaña del Terror no es una película del género, sino una que habla de él y que, al hacerlo, se eleva varios cuerpos sobre la planicie creativa generalizada.
Pensar a The Cabin in the Woods en términos de vueltas de tuerca o giros de guión implica hablar de un zigzag permanente. No hay espacio para el Shyamalan twist cuando absolutamente todo lo que se ve en pantalla puede ser considerado un cambio de rumbo. En sí la película es un gran volantazo respecto a un género que tiende a morderse la cola. Su automática conversión en clásico moderno no se debe sólo a su originalidad y excelente resultado, sino que en el marco del terror actual –con el found-footage prendiéndose fuego- una película sobre cinco adolescentes en una cabaña se percibe ochentosa. Heredera de The Truman Show –la cotidianeidad del individuo vuelta espectáculo masivo- y de Scream –la metanarración de Wes Craven con el minucioso estudio sobre el género- se propone como cine de cinéfilos que, molestos con la dirección que el terror ha tomado, lo deconstruyen y vuelven a armar a piacere.
No es casualidad que sean Whedon y Goddard quienes estén detrás de un proyecto semejante. El primero, que con sus creaciones –Buffy, Angel, Firefly– trajo un fuerte cambio a la pantalla chica y con ella legiones de seguidores, es el director de la reciente The Avengers, film que sólo alguien que conoce en profundidad a su objeto de estudio puede lograr. El segundo es el guionista de Cloverfield, found-footage que si bien tiene casi cinco años de estrenado, aún perdura como un producto de lo mejor que el sub-género tuvo para ofrecer. La dupla se disuelve en celuloide y se hace partícipe de su película en las figuras de Sitterson y Hadley, los dos titiriteros que controlan la situación y ofrecen los elementos cómicos –humor abundante y del bueno- que Cabin necesita. Al igual que sus intérpretes Richard Jenkins y Bradley Whitford, son dos personajes secundarios que, de no ser por su excelente trabajo habitual, el resultado estaría lejos de ser el mismo.
Permanentemente autoconsciente, no teme mostrar en los primeros minutos el detrás de escena y así, paradójicamente, lograr los giros más inesperados. Los autores presentan en forma inmediata el panóptico foucaultiano y, con ese ancho de espadas revelado de entrada, no se puede imaginar qué tendrán en la manga con un mazo adulterado. Nos llevan así de la mano por una serie de situaciones imprevistas que, aún con el aviso del golpe que se viene, nos alcanza a pegar con la guardia baja. Una película así no podía ser anticipada, menos el descenso –literal- hacia las profundidades de un género que nos ha acostumbrado a estar un paso adelante. The Cabin in the Woods se despide en la gloria y tiene la magia de mejorar al pasar el tiempo. Un final similar a The Avengers con el mismo efecto a la distancia. Hace falta más Joss Whedon, y mucho.
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