Netflix parece el último bastión de defensa de varios directores que no han encontrado el recibimiento más cálido en las salas comerciales, pero no por eso quieren perderse en el olvido. Uno de ellos es McG, el alias que usa Joseph McGinty Nichol para desenvolverse en el medio y entregarnos cosas como las vacuas pero muy entretenidas Charlie’s Angels y su secuela Charlie’s Angels: Full Throttle, la arriesgada pero cuestionable Terminator Salvation -que se animó a mostrar ese futuro apocalíptico que la saga siempre vaticinó-, y otras que es mejor no recordar, como la comedia de acción This Means War, un pobre intento de igualar el éxito de Mr & Mrs. Smith. Pero, oh sorpresa, el tratamiento pop y chicloso que le da a sus películas encaja perfectamente con lo que pretende entregar en The Babysitter, una comedia de terror metarreferencial que se presta a girar poco a poco los clichés del género y sale airosa la mayoría de las veces que se lo propone.
La vida de Cole (Judah Lewis) es la típica de un preadolescente promedio. Es inteligente a rabiar, tiene padres adorables que lo quieren, un abusador de turno, un primer amor de colegio y una niñera para el infarto, aún cuando tenga 12 años y esté grande para que lo cuiden. Dicha niñera es Bee (Samara Weaving), una despampanante rubia con la cual tiene una conexión más que especial. Se llevan excelentemente bien, lo cual es una desgracia ya que Bee esconde tras su hermosa fachada un lado oscuro que Cole descubrirá una noche tras romper la regla tácita de las niñeras: no las espíes luego de la hora de dormir.
El guión de Brian Duffield (Jane Got a Gun, The Divergent Series: Insurgent) y la dirección de McG se toman unos buenos veinte minutos iniciales para crear esta relación muy cercana entre ambos, el eje fundamental de la película, motivo por el cual la misma funciona tan bien. La química que tienen Lewis y Weaving es el motor empático de todo lo que suceda en pantalla y es una delicia presenciar todos los momentos donde bailan o discuten temas totalmente geek, demostrando que Bee es más que un cuerpo exquisito. La llegada de la noche encuentra la verdadera prueba de esta amistad, donde cada uno luchará por sobrevivir o acabar con el otro.
Acotada en su duración y pretensiones, The Babysitter utiliza la ultraestilización presente en todas las películas del realizador a su favor. La presentación del resto del culto de Bee es rápida y encajando en los cánones estereotipados del cine de horror, pero con su respectivo giro: acá no son víctimas sino victimarios y están tras la sangre de los vírgenes que su líder les prometió. Quizás el único traspié del elenco se encuentre en el personaje de Andrew Bachelor, el negro de turno que parece salido de la escuela de comediantes histriónicos de Kevin Hart y puede llegar a resultar por demás odioso. Dicho sea de paso, la explicación de la búsqueda del culto es una nota de pie, mera excusa para dejar paso a la acción del film, donde el precoz Cole utiliza todo su ingenio -casi como su primo fílmico Kevin en Mi pobre angelito– para defender su hogar. Cada situación aumenta en intensidad hasta llegar al punto cúlmine, donde la escala reducida de la película se utiliza en su máximo rendimiento.
Y he aquí que llegamos a sus encrucijadas: tiene dos protagonistas sublimes, un buen elenco, una historia al servicio de dicho equipo, pero no resulta memorable. ¿Es una buena película? Sí. ¿Tiene una de las mejores niñeras de la historia? Weaving se encarga de cumplir eso con creces. Pero, ¿resiste más de un visionado? Ésa es la cuestión. Por más divertido que sea el viaje y que los 85 minutos se pasen volando, The Babysitter no pasará a la historia como un estandarte de buenas películas de horror para mirar en ciertas fechas festivas, como Halloween o Navidad. El tiempo me dará la razón o demostrará lo equivocado que estaba, pero a primera vista no pasará a la posteridad, detalle no menor que estaría ocurriendo con todas las películas presentadas por el titán de series hogareñas que es Netflix.
The Babysitter es un paso firme en la filmografía de McG. Es hilarante de a ratos, puede ser el pistoletazo de largada para la carrera de la bomba que es Samara Weaving y entrega un momento pasatista y entretenido para aquellos que busquen esa difícil línea entre el horror y la comedia. Rara vez funciona y la película tendrá sus fallas, pero lo intenta con todas sus fuerzas y sus resultados se dejan ver.
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