Crítica de Tenet

Un agente secreto emprende una misión que se desarrolla más allá del tiempo real, para intentar prevenir una Tercera Guerra Mundial.

Cuando Christopher Nolan habla, todos callan. No, no es una burla a la tan criticada mezcla de audio en sus estruendosas películas, sino un cumplido a uno de los pocos directores actuales que logran llegar a salas y triunfar con una idea original, algo bienvenido en la época donde todo alto presupuesto está en búsqueda de desenterrar el cadáver de cualquier propiedad mínimamente conocida. El realizador es uno que no le tiene miedo a probarse en terreno nuevo; desde el thriller hasta la ciencia ficción, pasando por el cine bélico, son pocos los géneros por donde no ha dejado su huella, siempre con un cronómetro en la mano -el tiempo, una de sus grandes obsesiones- y la capacidad para estimular con espectáculos cargados de ingenio visual y narrativo. Y ahora, junto al anhelado regreso de los cines llega Tenet, su muy esperado proyecto que cayó víctima de la pandemia y que hasta ahora puede verse como debe ser: en la pantalla más grande posible.

Hermana por estilo e intenciones con Inception, la onceava película de Nolan deja bien claro que su amor por las heist-movies no ha desaparecido ni un poco. Y es que tras introducir al protagonista de John David Washington -que se prueba como un muy buen talento para encabezar un tanque como este-, con una secuencia palpitante que, además de demostrar que el cineasta está más inspirado que nunca con sus set-pieces, da el primer vistazo al gran atractivo visual de Tenet: la inversión de objetos. Es que si el mencionado thriller protagonizado por Leonardo DiCaprio le debía mucho de su identidad a los pasillos y las ciudades giratorias, pese a su gris representación del mundo onírico, aquí no hay duda de que lo que pasará al recuerdo son las balas que salen de su agujero para introducirse en el arma, las explosiones que reconstruyen objetos y los vehículos a toda velocidad que van en la dirección opuesta.

Es muy atractivo de ver cómo Nolan resuelve estas escenas donde el detalle es protagonista, aunque claro que no se consiguen sin una importante carga de exposición. Esto porque tras una prueba de vida o muerte al personaje de Washington, se le introduce al mundo de la organización Tenet, abocada a la salvación del mundo de una amenaza que supera con facilidad a cualquier guerra nuclear, con lo que su misión será descubrir de dónde vienen los objetos invertidos y cómo evitar que el futuro acabe con el pasado. Como es de esperarse, es en las explicaciones de las reglas de su película que el cineasta británico llega a sacar su peor lado, pues tras haber superado su molesta obsesión por la sobreexposición con la enorme Dunkirk, donde las imágenes hablaban por sí solas, aquí sufre una recaída en su gran vicio y no tiene pudor alguno en detallar elementos importantes del argumento en diálogos sumamente fríos.

Pero el Nolan más torpe para narrar y crear gancho emocional también es el que mejor se desenvuelve cuando se concentra en el espectáculo. En un punto de la película, un personaje menciona «no trates de entenderlo, siéntelo», y ciertamente parece su mensaje para encarar Tenet, porque en cada secuencia de acción donde reina el caos de los objetos que van y vienen, y no se tiene certeza de qué sucede realmente hasta un obligado -y muy recomendado- segundo visionado, siempre se está al borde del asiento, recordando al mejor Nolan, como aquella secuencia de la unión de la nave y la base espacial en Interstellar, la persecución del camión en The Dark Knight o el clímax entero de Inception.

Otro factor que juega muy a favor de la espectacularidad de Tenet es el impresionante trabajo detrás de cámaras. Gracias a un Nolan que una vez más escapa al abuso del CGI y con ayuda de la muy buena fotografía de Hoyte Van Hoytema, la precisa edición de Jennifer Lane -muy laureada en 2018 por su trabajo en Hereditary– y la increíble musicalización del galardonado Ludwig Goransson, quien nos hace olvidar casi de inmediato de la falta de Hans Zimmer, se exprimen al máximo el verdadero choque de un Boeing 747, las coreografías de combate contra un misterioso enemigo invertido o el ambicioso robo de un objeto valioso, haciéndolas algunas de las escenas más emocionantes vistas en la carrera del también director de Memento.

No obstante, el equipo que no sale tan bien parado es el que está frente a cámaras… dejando de lado las anecdóticas apariciones de Michael Caine -el único hombre que podría hacer interesante hasta a la lista del supermercado-, un cumplidor Aaron Taylor-Johnson y Clémence Poésy. En realidad, al único que realmente se le permite brillar es a un inmejorable Robert Pattinson, quien carga con la única escena genuinamente emocional de la película. En una luz más negativa está el antagonista de Kenneth Branagh, Andrei Sator -sí, la película está cargada de referencias al cuadrado de Sator-, quien construye a base de sobreactuación a un villano soso y cuyas motivaciones nos recuerdan que, dejando de lado las muy bien planteadas complejidades temporales de la película, el argumento de Tenet no está a la altura de sus piezas. Casi se puede decir lo mismo de Elizabeth Debicki, quien hace lo mejor que puede con la abismal misión que se le da: crear empatía solo por tener un hijo que no aparece ni un minuto en pantalla.

Puede que Tenet no sea el regreso del director británico más logrado y consistente, pero no hay dudas de que sí del más espectacular y atrapante. Incluso cuando el cineasta está ofreciendo lo que inevitablemente será considerada como una obra menor en su impecable carrera -pese a su inmensa ambición-, hace lo suficiente para que ir a ver su trabajo en pantalla grande valga la pena. No hay duda de que la película es la excusa ideal para reencontrarse con la sala obscura, quizás hasta en repetidas ocasiones -de verdad se presta a eso-, siempre poniendo la máxima atención a la que se podría considerar como la brusca y ciertamente imperfecta culminación de todas las inquietudes del Nolan con el tiempo, los robos perfectamente ejecutados y el cine de espías a la James Bond. ¡Disfrútenla!

 

 

 

 

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César Cortez

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