Crítica de Tenemos un Problema, Ernesto

Es una comedia que cuenta la historia de Ernesto, un muchacho al que le desapareció el pene. Sí, literalmente.

En su nueva comedia, Diego Recalde toma como punto de partida algo que podría considerarse una de las mayores pesadillas del género masculino: la pérdida literal del pene. Ernesto se despierta en medio de la noche, va al baño y descubre que su compañero de toda la vida ha desaparecido. Lo busca por todos los rincones del pijama, revisa un mueble… su amigo fiel no está y tiene que encontrarlo. Se pone así en marcha un film que se sostiene en el absurdo, con el atribulado personaje central conociendo a todo tipo de sujetos capaces de «ayudarlo» a recuperar ese bien tan preciado que perdió.

La película, su quinto trabajo como realizador y guionista, se sostiene en un humor ridículo que parece más propio del ramo de la televisión, pero aún así por momentos logra sorprender. Tiene algunas vueltas de tuerca inesperadas, hace buen uso de la aliteración para causar un efecto de complicidad que no es difícil de captar y propone diálogos que en ocasiones divierten. Aún así, por el hecho de partir de una premisa rica en posibilidades, con la que cualquiera es capaz de identificarse, pareciera que Recalde solo rasga la superficie, más interesado en que los distintos secundarios expresen algún sinónimo de la palabra «pene» antes que darles algo de real crecimiento como para que la comicidad explote sola.

Uno de los grandes problemas que tiene Ernesto es el propio Ernesto. Recalde produce, edita, dirige, escribe, musicaliza y protagoniza. El hombre asume todas las tareas de peso de su último film pero, si bien tiene pericia como guionista y se nota en algunas de las cosas que plantea, no se puede decir que sea un actor que de la talla. Su voz grave, su forma de interpretar la desesperación del protagonista, no es la de alguien con quien se genere una real empatía, lo cual es extraño cuando se propone un problema capaz de afectar a cualquiera.

Es, a fin de cuentas, un trabajo tibio. No recae en el extremo de la guarangada gratuita que desde siempre caracteriza al humor nacional, pero sí se apoya en cierto efectismo que no le sienta bien con el tipo de producción que propone –el travesti del cementerio, el chamán en el albergue transitorio, los mencionados sinóminos de la «deshuesada»-. Premio para el diálogo en que el médico le aconseja que se consiga un «miembro cadavérico» para reemplazar su pérdida… posiblemente lo más ingenioso de la película.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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