Star Trek Into Darkness llega a los cines argentinos con un retraso de tres meses respecto a una importante cantidad de mercados en los que ya se estrenó. Una demora tan pronunciada para un tanque de Hollywood –los lanzamientos para películas de semejante magnitud suelen ser en simultáneo, una semana después o incluso días antes-, quizás se explique por la búsqueda de una mejor suerte en la taquilla nacional, ya que de haberse presentado en mayo habría perdido espectadores frente a otros films como Iron Man 3 o Rápidos y Furiosos 6, lo mismo que de haberlo hecho más tarde hubiese tenido dificultades en encontrar salas por las vacaciones de invierno y así sufrir el desaire que tuvo la gran Titanes del Pacífico. En lo que es una absoluta suposición, creo que el motivo tiene que ver con algo más profundo que engloba las dudas de la distribuidora acerca del posible desempeño en la venta de entradas: Viaje a las Estrellas no tiene tanto predominio en el público local. En Estados Unidos, Star Trek es comparable con Star Wars y si bien la Argentina debe tener su importante cuota de trekkies, la saga creada por George Lucas tiene una llegada ampliamente superior a la de la otra. Esas 106 mil personas que fueron a ver la primera parte están lejos de los números que hoy se esperarían y, lamentablemente, no le hacen justicia al trabajo de J.J. Abrams para con la franquicia.
En su acercamiento a la serie que comenzó en los años \’60, el creador de Lost ha logrado ofrecer sólidas apuestas de ciencia ficción capaces de encontrar afinidad de parte del público fanático de la versión original así como de aquellos que no conocieron a Spock y a Kirk hasta recién en el 2009. Dentro de un género al que ha ayudado a instalar una vez más –desde la pantalla chica con su revolucionario programa, así como en el cine con la primera parte de esta saga o Super 8-, En la Oscuridad: Star Trek tiene la llave del éxito en su mezcla de acción y aventuras intergalácticas que en ningún momento abruma –a pesar de sus 132 minutos que no pesan-, sino que se desenvuelve como una progresión natural que no pierde el ritmo en un perfecto balance con sus elementos dramáticos.
Para ser justos con la verdad, Into Darkness se percibe en varios aspectos como una repetición de la fórmula de la primera. Más allá de lo anecdótico de los lens flares de Abrams que ya son su marca registrada, hay puntos argumentales de contacto con la anterior, como son la motivación del villano que busca vengarse, el recurso al Spock de Leonard Nimoy o los problemas con la autoridad de Kirk (Chris Pine) y sus consecuencias a raíz de la intervención del Spock de Zachary Quinto, que llevan a considerar que tras haber abierto con fuerza el campo del Universo en la primera parte –con la destrucción de planetas y la rasgadura misma del tiempo/espacio-, tanto el director como los guionistas Roberto Orci, Alex Kurtzman y Damon Lindelof eligieron jugar sobre seguro.
Esta falta de riesgos es difícil de detectar, no obstante, por la avasallante presencia de John Harrison -un Benedict Cumberbatch brillante-, un personaje intimidante desde lo físico y lo intelectual, impávido, frío como la muerte y de una voz grave capaz de quebrar todo lo que la Flota Estelar representa. El némesis moviliza a los protagonistas de una forma totalmente diferente a la que lo hacía Nero (Eric Bana), que a fin de cuentas era un enemigo formidable pero que no tenía incidencia en las relaciones entre los tripulantes del Enterprise, sino que más bien los ponía a prueba frente a sus superiores. Harrison, por el otro lado, afecta al núcleo de la nave. Le habla a Kirk de la familia y sus valores, se muestra como un espejo del descorazonado Spock y amenaza con romper el vínculo que une al grupo. Por eso esta es una película más centrada en el capitán y su primer oficial a bordo, lo que genera que si bien el resto del equipo tenga su participación, esta sea más bien secundaria.
Con su secuela, J.J. Abrams puso el foco en los personajes y en su desarrollo. Hay mucho trabajo en materia de emociones y el vínculo profundo que hace que las remeras rojas, amarillas o celestes sean diferencias mínimas para lo que en realidad es una familia que todavía tiene mucho por recorrer. La oscuridad que el título propone es sincera, real y común a todos. ¿Qué no haría uno por su familia?
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