Crítica de Special Correspondents

El film sigue a un arrogante periodista radial en Nueva York y su desafortunado sonidista que, desde un restaurante en Manhattan, inventan noticias como si estuvieran en el frente de una guerra civil en Ecuador, todo como una maniobra desesperada para salvar su trabajo.

Algo falló entre el momento en que Special Correspondents fue concebida y posteriormente se volvió una realidad. En los papeles sonaba como una propuesta divertida de parte del siempre efectivo Ricky Gervais, que podía dar pie a una afilada sátira sobre el mundo del periodismo actual, los medios de comunicación y la guerra. En concreto, es una comedia con algunas dosis de humor que fracasa rotundamente en lo que se pensaba sería su punto fuerte. Todo el armado propuesto por el creador de The Office tiene cimientos más débiles que una torre de Jenga, capaz de caerse abajo si tan solo se piensa un poco lo que propone el argumento. Así, la mejor forma de disfrutar de esta producción de Netflix es evitar cualquier tipo de razonamiento lógico y darle cierto mérito como una parodia absurda.

Es realmente un logro de parte del realizador el haber conseguido que Eric Bana vuelva a la comedia. Antes de que Chopper y su aumento de 15 kilos para el rol hicieran que Hollywood lo tomara en cuenta para films como Hulk, Black Hawk Dawn, Munich o Troy, él era un humorista reconocido en Australia, una faceta que se extinguió en pantalla grande hace unos 15 años. En esta oportunidad interpreta a un apuesto periodista radial, bebedor, arrogante y mentiroso, que básicamente no muestra otra dimensión a lo largo de toda la película. La parábola de cambio está puesta más bien en Ian Finch, un fracasado técnico de sonido que debe aventurarse y tratar de ganarse el par de huevos que parece perdió hace tiempo.

Special Correspondents suma en sentido del humor cada vez que Vera Farmiga se hace presente. Se saca chispas con los protagonistas masculinos y, cuando queda sola, conduce la acción hacia niveles cada vez más ridículos, tratando de aprovecharse de la «tragedia» de su marido para convertirse en un foco de atención mediático. Más allá de ese mérito, el film adolece de raíz por un trabajo de Gervais que no se puede calificar de otra forma más que perezoso. El hombre en la radio puede inventar lo que quiera, pero ¿no hay cámaras de televisión que muestren lo contrario? ¿El mundo en el que viven tiene a Los Vengadores y teléfonos inteligentes pero no hay una red social que desmienta lo reportado? ¿No hay Internet? ¿Dos periodistas son «secuestrados» por 20 días y ninguna autoridad se inmuta? Ciertamente ha habido casos de reporteros de guerra que falsificaron sus historias, pero aquí no se logra que la premisa funcione.

Con The Invention of Lying, Gervais supo hacer creer al espectador que existía un mundo donde nadie jamás había dicho una mentira. Special Correspondents no puede hacer creíble que esta mentira sirva en el mundo real, en donde Frank Bonneville e Ian Finch parecen estar solos en todo Estados Unidos, sin nadie capaz de ubicarlos. Tampoco se puede decir que en esta ocasión haya creado personajes destacados como los que suele generar para la televisión, con secundarios desaprovechados como Benjamin Bratt, América Ferrara, Raúl Castillo o hasta Kelly Macdonald. Hay un reconocimiento explícito de parte de uno de los protagonistas de que hace falta investigar un poco más para inventar una historia coherente. Quizás hubiera hecho falta tomar el propio consejo para tratar de blindar la sátira ante el ojo examinador o directamente abrazar la parodia y llenarla de humor, cosa que hubiera tenido algo más de sentido. De haber sido realmente graciosa, mucho de lo mencionado anteriormente quizás ni se hubiera notado. Pero, en su primera película como realizador sin un co-director, el inglés prueba haber mordido más de lo que podía masticar, con una producción que queda algo vetusta para la época.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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