Imagínense a los tiernos 18 años, el mundo a los pies y listo para comenzar la verdadera vida. Imagínense que de pronto ese futuro prometedor se ve arrebatado por un arma que es entregada en las manos y una orden para pelear una guerra. Claro que imaginarlo casi no hace falta, sucedió, y la guerra se perdió. Esos chicos ahora son tumbas anónimas que permanecen silenciosas en el cementerio Darwin de las Malvinas. ¿Y con aquellos que pudieron volver? A ninguno le fue indiferente esa disputa, creo que existe cierta noción de lo que les sucedía a aquellos que regresaban, independientemente de si eran capaces de retomar o seguir adelante con sus vidas, o a los que ya no podían lidiar con su propia existencia y decidían poner punto final. Rodrigo Fernández Engler, en su debut como director, elige retratar uno de los momentos más oscuros y trágicos de nuestra historia de esta manera. ¿Qué importa la guerra? Miremos a los pibes, lo que fueron y lo que son.
Primer plano del film: dentro de lo que parece ser una base naval sucia y gris, camina un hombre alistado para combatir. De espaldas a la cámara, su paso es apesadumbrado y levemente encorvado. No sabemos quién es y aún así creemos conocerlo solo por su andar. Seguramente no sabe adonde se dirige. Ni siquiera sabe si saldrá con vida o si volverá, ignora totalmente lo que es la guerra. Es así, como la mayoría de los reclutas. Soldado Argentino solo conocido por Dios habla a las claras del anonimato de estos combatientes. Engler comienza con este plano tan crudo y expresivo para no enseñar ninguna diferencia entre ellos; y no obstante a medida que el relato avance se irá fortaleciendo este juego entre igualar y diferenciar a los soldados manejando hábilmente informaciones sobre distintas vidas, que conocemos a través del personaje principal llamado Juan Soria, insertándolos en el pleno campo de batalla donde el ejército y la lucha no hacen distinciones, convirtiéndolos en soldados con una sola misión: ganar la guerra a toda costa.
El director narra con exactitud documental el momento en que aquellos niños se enterarán de que lo que ellos creían la Colimba en realidad era una sentencia de muerte, que sería ejecutada en Malvinas. Esta escena de pronto se transforma en un momento álgido, que por supuesto toca en lo más profundo de cualquier espectador argentino. El relato se llena de momentos similares en exactitud histórica, pero que no dejan de perder su cualidad dramática.
Si hay algo muy valorable del film es que, a pesar de lo fresco que resulta este episodio para la contemporaneidad y de que todavía se luche diplomáticamente por las islas, jamás toma ni tiene la intención de expresar algún partidismo, lo que permite jamás desviar el foco de la cotidianidad, la locura y las injusticias de la guerra contra estos chicos.
El desconcierto y la desorientación de estos combatientes es lo que describe mejor la desesperación en los momentos de lucha. La fotografía y el sonido, a cargo de Sebastián Ferrero y Hernán Conen respectivamente, se ponen al servicio del relato para recrear estos efectos de encierros (paradojicamente en lugares abiertos) y sonidos que atacan al espectador desde todos lados, de la misma forma que los ataques a estos regimientos no dejaban de caer.
La narración alterna a la vez entre la guerra y «el antes». Juan Soria, intensamente interpretado por Mariano Bertolini, lleva adelante la historia de la guerra, mientras que el personaje de Ana, interpretado por Florencia Torrente, es quien toma la posta para plantear justamente el problema del anonimato. Estas dos partes quedan ligadas por el presente de aquellos soldados que pudieron volver. Aquí es donde sobreviene un momento cruel e intenso, fortalecido por su carácter histórico. Engler logra acarrear muy respetuosamente esta secuencia.
De lo que sucede en las guerras ya no existe maldad que se pueda contar, en una guerra no hay victoriosos. El film sí posee mucho para relatar. Hablar de una película antibélica es redundante, porque lo que hace es criticar. Es una llamada a que los epitafios de las tumbas de Darwin, que leen «Soldado Argentino solo conocido por Dios», sean reemplazadas por un nombre y apellido. Independientemente que que fueron mandados por una razón, todos ellos tenían una vida que disfrutar. Un futuro que les fue arrebatado.
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