Paz es una mujer que sufre con resignación, calla y aguanta. Sobrepasada, llega al estado de visitar a un gurú llamado Soy Baba. Ahí descubre que la única cura es decirles a las personas que le rodean las cosas que piensa, sin filtro.
«No quiero más dramas en mi vida… solo comedias entretenidas»
Las remakes no son cosa solo de Hollywood. Bien curioso es el caso de Sin Filtro que, tras convertirse en una de las películas chilenas más exitosas de la historia, consiguió acuerdos para ser reversionada por todo el mundo. Es que más allá de las apreciaciones que se pudieran hacer sobre su calidad, es indudable que toca las meras fibras del zeitgeist, del llamado espíritu de la época. Hay una protagonista en sus 40 años, una que en silencio soporta todo tipo de situaciones indignantes, desde lo familiar a lo laboral, hasta que en cierto punto se produce un quiebre. Una mujer que levanta la barrera y dice todo lo que se le cruza por la cabeza, sin ningún tipo de restricción, es una premisa demasiado atractiva para los tiempos que corren. Así es que ya se estrenó la mexicana Una Mujer sin Filtro, se viene la argentina Re Loca, habría que esperar que avance una versión norteamericana y ahora nos ocupa la española, Sin Rodeos.
Debo ser honesto al plantear que no estaba al tanto de la producción original al momento de ver esta adaptación realizada por Santiago Segura. De hecho sentía como algo muy positivo que el español saliera de su zona de confort en términos de dirección dado que, por fuera de las cinco películas de la saga Torrente y algunos cortometrajes, no había encarado otro tipo de proyectos. Técnicamente es algo que hace aquí, pero con los andariveles de seguridad bien firmes. El guión se basa en el original de Nicolás López (Aftershock, Knock Knock) y Diego Ayala (6 Horas), con lo que el trabajo de Benigno López, Marta González de Vega y el realizador es más bien una españolización de una fórmula que se probó con éxito y que se sigue a rajatabla.
Desde ya que eso no impide que se la pueda disfrutar como lo que es, una comedia de esas que canta Fangoria en el inicio de esta crítica. La bellísima Maribel Verdú hace un gran trabajo en la piel de Paz, una mujer que necesita algo del estado de su nombre. Sin chistar se traga muchos sapos, un día tras otro, con lo que su eventual estallido de furia es un proceso bien justificado. Quizás hasta construido en demasía, dado que la etapa sin filtro es una que se demora considerablemente en llegar, mientras ella resiste impávida ante una angustia galopante. Hasta que puede verbalizar su frustración, se encuentra al borde de un ataque de nervios -con dolores en el pecho incluidos-, y la madrileña le pone bien el cuerpo a las situaciones.
No es que estas estén particularmente exageradas –con excepciones- y quizás ahí es donde resida uno de los principales valores de Sin Rodeos, o Sin Filtro para el caso. Ella mantiene su hogar para que su marido inútil se dedique de lleno a su arte, con un Rafael Spregelburd que da bien la talla como un artista pretencioso y esposo desatento. También está el hijo de él, de lo peor de la película porque es uno de los pocos casos desmedidos, que tira de la cuerda como si esperara a que esta se rompiera. Lo que ejerce la mayor presión es la llegada de una joven youtuber a su trabajo, a quien su mujeriego jefe le dará su puesto. Eso sirve de excusa como para hacer críticas poco veladas hacia las redes sociales y a la dictadura de la tecnología, con las que perfectamente se puede conectar.
Sin Rodeos cumple. Está bien filmada, hay un buen trabajo de producción, un sólido equipo frente a cámaras y mucho humor, más contenido que desopilante. No aspira a ser más de lo que es. De todas formas, uno quisiera ver a Santiago Segura en otro tipo de trabajo. Así como llevó a su Torrente hacia terrenos más jugados, con incursión en el 3D y todo, uno desearía verlo encarar una comedia u otro tipo de film en el que se sintiera menos seguro. Uno entiende que está para más que una remake paso a paso de un éxito probado y de atractivo universal.
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