Una psicóloga infantil viuda, que vive una existencia aislada en la Nueva Inglaterra rural, debe encontrar la forma de rescatar a un niño antes de que este desaparezca para siempre.
Un pequeño pueblo en medio de un bosque; un niño sordomudo, otro en estado vegetativo; una desaparición; una tormenta que se avecina; un psicólogo; una madre desesperada. A primera instancia, los elementos disparadores de la trama de Shut In resultan interesantes. Lo mismo sucede con el trío protagónico Naomi Watts–Jacob Tremblay–Charlie Heaton. Sin embargo, el producto no es el esperado. A pesar de contar con todo lo que presuntamente tiene que tener un buen thriller psicológico al estilo de Sixth Sense, el tercer largometraje de Farren Blackburn (Hammer of the Gods) es irregular.
Watts no es una actriz que tiene un palmarés distinguido, pero se lució en gran parte de su extensa filmografía, ya sea en películas como 21 Gramos, Lo imposible, Birdman, Mulholland Drive, The Painted Veil o Funny Games. El pequeño Tremblay cautivó al mundo a fines del año pasado con su performance en Room, así como también llamó la atención en la ceremonia de los Premios Oscar, en la que aprovechó todo momento para fotografiarse con famosos. Heaton, por su parte, acarrea la fama repentina por su participación en una de las series del año: Stranger Things.
La buena elección del reparto no garantiza el andar de la película, aunque uno de los atractivos del film -si no el principal- es Tremblay. El talento y el momento del actor son desaprovechados por sus acotadas y esporádicas apariciones, que no condicen con su importancia en la trama. La complejidad física y psicológica del personaje de Heaton varía escena tras escena, lo cual indica una disparidad entre lo efectivo y lo que no lo es. Watts, a pesar del contexto cuasi ridículo que la rodea, sale airosa.
Sin llegar al nivel de la extraña We Need to Talk About Kevin, ni a parecerse a un film con la firma de M. Night Shyamalan, Presencia Siniestra tiene toda la intención de ir más allá de lo genérico y plantear algún tipo de moraleja. Lejos está de lograrlo. Blackburn recurre a innumerables golpes de efecto, construye a un inverosímil psycho killer y recae en lo predecible. Al contrario que la mayoría de los thrillers, la excusa para hacer llegar «el mensaje» es el planteo de un film de manual, efecto conseguido en su firme posición paródica por The Cabin in the Woods. La desgraciada historia de los personajes está plagada de decisiones éticas y ajusticiamientos resueltos de forma desprolija.
Shut In llama más la atención por sus intérpretes y su misterioso argumento que por sus creadores. Ni Blackburn, quien dirigió capítulos de las series Daredevil y Vera, ni la guionista debutante Christina Hodson están en los planes de aquel que espera los estrenos de las películas nominadas en alguna premiación. Cuando la historia por fin se encamina y se ubica cómodamente en lo que tendría que haber sido desde un principio, el espectador ya habrá visto su reloj y se habrá dado cuenta de que pasó casi una hora. Presencia siniestra juega en el límite entre lo mediocre y ambicioso, a costas de no enderezarse.
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