Crítica de Sherlock Gnomes

Los famosos gnomos de jardín Gnomeo y Julieta se unen a un mundialmente reconocido detective, Sherlock Gnomes, para investigar la misteriosa desaparición de algunos ornamentos del jardín.

Sherlock Gnomes no tiene mucha razón de ser. Garabatea una justificación con una sencilla escena inicial, que amplía el alcance de la que tenía Gnomeo and Juliet. En lugar de la lectura de un prólogo a la historia que estamos a punto de ver, se da cuenta de todas aquellas que se podrían llegar a contar, con clásicos cuyos títulos reciben un juego de palabras para adaptarse a las figuras de los jardines. Es una introducción simple, pero que abre el juego. No se limitará a los confines de la tragedia de William Shakespeare, sino que los ornamentos habitan en un universo literario más amplio, del cual es parte el célebre detective creado por Arthur Conan Doyle.

Básicamente, los héroes de la aventura pasada se vuelven meras excusas para introducir nuevos relatos y personajes, con mayores posibilidades de continuar una franquicia. Los gnomos encarnados por James McAvoy y Emily Blunt son parte integral de este nuevo capítulo, no así todos sus amigos de la anterior que pasan a convertirse en víctimas de forma inmediata y no tienen otra función más que ser un grupo grande de rehenes. Pero tampoco hay un desarrollo razonable para los eternos amantes, cuya historia de amor pasa a un segundo plano en esta suerte de secuela/desprendimiento, que no les da mucho que hacer más que ser ayudantes del héroe del título.

Con inspiración en «The Final Problem», la película encuentra a Sherlock como el jurado protector de todos los gnomos de Londres. Acompañado de su leal escudero Watson, a quien dispensa la misma falta de aprecio que a todos los que entran en contacto con él, debe hacer frente a su mayor némesis, el perverso Moriarty. Es por este lado en que la película de John Stevenson, co-director de la primera Kung Fu Panda, encuentra sus principales herramientas. Hay momentos de sincera pereza –hablar de un perro que hace una participación eventual como el Sabueso de Baskerville es una referencia tan obvia que duele-, pero es aquí donde el film se puede mostrar mucho más inventivo que su antecesor, al menos en contadas ocasiones.

El plan de su archienemigo es complejo y enrevesado al punto de la ausencia de lógica, pero mantiene interés en el misterio. Con cierto descaro se toman prestadas las ideas de Toy Story a la hora de construir este mundo de adornos parlantes, pero eso sirve para alejarse de los confines del jardín trasero y, por ejemplo, hacer una excursión al Barrio Chino o al territorio de Irene Adler, mostrándose algo más imaginativa con el diseño de personajes y escenarios. Y si de creatividad se habla, lo mejor es la visita al famoso palacio mental, con animación en 2D inspirada en la obra de M. C. Escher. A la hora de pensar en el detective, sin dudas la musa viene por el lado de la versión televisiva de Benedict Cumberbatch.

Elton John otra vez compuso la música y esta continuación aprende a tomarse cierto respiro de ella, al reducir considerablemente el número de musicales espontáneos. Otra vez se vuelve a contar con un gran equipo de figuras británicas para llenar todos los roles, con los arriba mencionados secundados por Michael Caine, Matt Lucas, Stephen Merchant, Ozzy Osbourne, Julie Walters o Maggie Smith. Lamentablemente no se los puede oír en la copia proyectada en castellano, así como tampoco se puede apreciar el trabajo de Johnny Depp o Chiwetel Ejiofor como Gnomes y Watson. Tener las voces originales hubiera sido un plus para una película corriente a la que no le sobra nada, como bien demuestra el exceso de holgazanes «juegos de palabras», de esos que abusan Los Pitufos con igual falta de gracia. Bajo el techo del 221B Baker Street encuentra cierto resguardo, como para ser ligeramente superior a su predecesora. Algo es algo.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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