Puede que sea un experto en ciberseguridad con un título del MIT pero, para develar la verdad detrás de la muerte de su mejor amigo, John Shaft Jr. necesitará una educación que solo su padre puede proveerle.
Mantener la vigencia de un personaje devenido en estandarte del blaxploitation, especialmente de uno que se popularizó hace 48 años para después contar con una suerte de remake/secuela de 2001, es una tarea que no se puede encargar a cualquier cineasta. Sin embargo, de la mano de Tim Story -recordado por su bilogía de Fantastic Four-, llega una película que no únicamente debe atizar al legendario Shaft en el colectivo popular, sino que también le pasa el relevo a un nuevo protagonista acompañado por quienes portaron el abrigo en mejores situaciones, pues el legado ha culminado con una sencilla y arquetípica comedia de crimen y acción.
Mucho antes de que el film llevara por titulo el importante apellido de aquel que vivió las noches rojas de Harlem, se tenía previsto que Son of Shaft -un rótulo más apropiado y funcional- diera nombre a la aventura. Esta reúne a tres generaciones de detectives, aunque el foco siempre esté sobre el John «J.J.» Shaft Jr. III de Jessie Usher, un analista de datos en el FBI que se ve forzado a pedir ayuda de su padre -un siempre correcto Samuel L. Jackson– para resolver la misteriosa muerte de su amigo. Pero John Shaft II tiene sus propias ambiciones, pues está en búsqueda de Pierro «Gordito» Carrera, un peligroso narcotraficante que causó la separación entre él y su esposa (Regina Hall), repercutiendo en su relación con su hijo.
Tristemente, en tiempos donde historias sobre las enredadas conexiones entre padre e hijo han dado pie a grandes películas, Shaft opta por convertir de su premisa en una constante broma sobre los cambios de métodos. De la rudeza del de Samuel L. Jackson a la inexperiencia del de Usher -quien ya fue hijo de Will Smith en Independence Day: Resurgence-. Son gags que, más allá de hacer avanzar a sus personajes, les estanca en un humor que no suele convencer, y mucho menos entretener. La culpa no es de sus dedicados actores, pues su par de guionistas se esfuerza por inmiscuirlos en una trama previsible que, aunque Story y el director de fotografía Larry Blanford intentan dotarla de estilo, se hace más que olvidable. Poco o nada se puede rescatar, pues las sensaciones que deja son más cercanas al cansancio que a cualquier otra cosa: después de todo, comedias así han sido vistas incontables veces, aunque jamás con un apellido así.
Pese a esto, Warner Bros. tomó la sabia decisión de incluir a Netflix en la distribución internacional de la película, pues el personaje únicamente cuenta con potencial taquillero en Estados Unidos -aunque su fracaso fue más que contundente-. No está de más decir que es otro tropiezo para una plataforma que ha ofrecido alta calidad en contadas situaciones, pero revela con intensidad la peor cara de su contenido. ¿Lo positivo? Aunque sea una secuela directa de Shaft del 2000, es una oportunidad respetable -y accesible- para comenzar a adentrarse en las aventuras del detective privado con uno de los temas musicales más emblemáticos en el género. Indudablemente, la obra de Ernest Tidyman se ha visto sujeta a mejores adaptaciones.
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