A través de una proyección de una propaganda militar, un dibujito amigable nos indica lo precavidos y responsables que deben ser aquellos que tienen las agallas de embarcarse en la Fuerza Aérea. Nada de errores, nada de tonterías y nada de Gremlins, aquellas criaturas producto de la imaginación de pilotos inexpertos que ponen el peligro no solo la misión, sino a sus propios compañeros de batalla. Sin más preámbulo, se nos presenta en pocos minutos el contexto de esta aventura que lejos está de satisfacer al que busca un visionado simple y sin trasfondo.
En la segunda película de Roseanne Liang (My Wedding and Other Secrets), seguimos a Maude (Chloë Grace Moretz), una piloto de la Fuerza Aérea que, junto con una valija que no despega de su torso, arriba a la base de Auckland durante la Segunda Guerra. Entre una neblina onírica que inunda la escena, Maude se topa con el avión que necesita arribar para cumplir su misión. Pero, una vez dentro, no solo se sumerge en un infierno patriarcal y misógino, sino que debe entregar aquella valija que tanto defiende, quedándose desnuda y encerrada en una torreta oxidada.
Con una tripulación conformada por el violento Taggart (Byron Coll), el sexista Dorn (Benedict Wall), el imponente Capitán Reeves (Callan Mulvey) junto con su copiloto Williams (Beulah Koale) y sumando a los pacíficos, pero no menos intimidantes, Beckell (Nick Robinson) y Quaid (Taylor John Smith), Maude es alienada entre comentarios sugestivos y machistas. Por el simple hecho de ser la única mujer en el avión, el grupo de degenerados no hace más que reducirla a su mínima expresión. No importa su cargo, su experiencia o intenciones, nuestra heroína es pisada por un patriarcado desmesurado.
Presenciando una película de encierro, somos partícipes junto con Maude de cómo el peligro que la rodea no viene solo del grupo de hombres que cuchichea sin cesar, generando en la protagonista una saturación cerebral, sino que viene acompañado de la presencia de algo más aterrador, sobrenatural y, por ende, arriesgado de comunicar. Ya que al ser desprestigiada por su sexo, y por su mera intención de querer cumplir su rol, más lo sería si llega a anunciar a aquella criatura, que solo navega por el inconsciente de los pilotos ingenuos. Es así que Maude lidia entre el ser escuchada y el sobrevivir a una amenaza que le es invisible a los demás, pero a ella la ataca hasta hacerla sangrar.
Desde lo técnico, el film es una exquisitez audiovisual. Apoyándose en una iluminación que recorre trazos de luces saturadas, mezcladas con claroscuros profundos y flashes que parpadean en los primeros planos de Maude, la película crea un clima perfecto, generando un encierro frenético y desolador a la vez. La construcción de la sonoridad nos transporta tanto a minuciosos sonidos extradiegéticos como a voces en off que nos permiten, junto con Maude, armar la imagen de aquello que no vemos, pero sentimos cerca. El surfear por las nubes bélicas con Chloë se siente vertiginosamente adictivo.
Shadow in the Cloud es una de las subvaloradas del año, y quizás de los últimos tiempos. Estamos ante una película que nos da muchísimo, hasta se toma el lujo de recurrir a una espectacularidad grandilocuente, en donde las leyes de la trama evolucionan en un relato que no trata solo sobre la supervivencia, sino también sobre el defender con uñas y dientes lo que queda de nosotros, nuestro legado. Nos habla de sobrepasar las barreras patriarcales para pisar fuerte y con autonomía, y también sobre el perdonar y el poder confiar. Porque es frente a los demonios que crea el propio hombre que Maude se endereza y hace frente, cerrando así la puerta a la amenaza latente y abriendo otra, en donde los ojos que la vean reflejen una mano que busca ayudar, y no destruir.
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