Crítica de Secuestro y Muerte

El general es secuestrado y trasladado a una casa de campo, donde sus captores lo encierran en un cuarto y llevan adelante un juicio, en el que deberá explicarles decisiones políticas que tomó años atrás.

La película que abrió la edición 2010 del Bafici, la que en su momento agotó las entradas anticipadas, la que dio mucho que hablar, finalmente tiene su estreno en el circuito comercial. Por distintos motivos fue demorada y, tras dejar muy atrás aquel lanzamiento previsto para el 28 de octubre pasado, Secuestro y Muerte encontró pantalla.

Aun sin nombres y sin datos concretos, es fácil darse cuenta de qué trata. El general secuestrado es Pedro Eugenio Aramburu y los cuatro jóvenes que ejecutan la acción están perpetrando el acto fundacional de la agrupación Montoneros. Una cosa es sabida, se lo va a enjuiciar en nombre del pueblo y se lo va a encontrar culpable. Centrada en la etapa de cautiverio, Rafael Filippelli sigue de cerca los preparativos y la puesta en marcha de la captura del militar, al que mantienen recluido durante tres días en una casa de campo. Que casi en su totalidad transcurra dentro de un mismo espacio no pesa, no ralentiza la historia, la cual prueba ser lo suficientemente interesante como para mantener a uno expectante aun conociendo el destino final de cada personaje. No se trata de la primera película de temática política que el director lleva adelante, quizás podría considerarse la que pueda levantar mayor polémica por su enfoque.

En su momento se plantearon interrogantes acerca de la toma de postura, probablemente ahora en su flamante llegada al cine Cosmos/UBA sean más las voces que se sumen al debate. El guión estuvo a cargo de la esposa del director, Beatriz Sarlo junto a Mariano Llinás, y luego llegó a manos del crítico de cine David Oubiña que le hizo sus agregados. Se la calificó de película «gorila» (término despectivo para denominar a los opositores al Peronismo), algo que se deriva en el modo en que están retratados los eventos. Sin hablar de santificación de Aramburu, lo que se ve es a unos jóvenes que secuestraron, juzgaron y mataron a un hombre agotado de 67 años. No se le permite un confesor ni despedirse de su esposa, y si bien es conocedor de los crímenes que se le imputan, sostiene que los llevó adelante con «motivos justificados». La tendencia hacia esta visión, diferente a la contada por quien estuvo presente en esa casa, se ve reforzada además desde las actuaciones, ya que la rigidez de los jóvenes conduce inevitablemente a una cercanía al General, interpretado por el director Enrique Piñeyro.

El mayor inconveniente de la película se encuentra en los diálogos y monólogos solemnes de los involucrados, perjudicando a una propuesta de la que se esperaba un poco más. Lejos de las libertades que se hayan podido tomar a la hora de construir el relato, no deja de constituir una propuesta digna de ver, especialmente como una alternativa para completar una historia de la que se sabe el principio y el fin, pero de cuyo desarrollo hay sólo una versión que se consideró oficial.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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