Crítica de Scream 4

Pasaron 10 años desde los terribles asesinatos en Woodsboro, y Sidney Prescott lleva su vida en relativo silencio. Con el descubrimiento de unas estudiantes asesinadas, su mundo volverá a desmoronarse a partir de la reaparición de Ghostface.

En los múltiples comienzos de Scream 4 se ponen de manifiesto algunas cuestiones centrales para Wes Craven. Además del planteo autorreferencial presente en las anteriores películas, hay una toma de postura respecto al cine actual, algo que hace más de una década no se había hecho. La saga se caracterizó por constituirse de filmes de terror que a su vez hacían múltiples homenajes y análisis sobre sus predecesores. Sus personajes eran conocedores en la materia y ofrecían su sabiduría al respecto en distintas escenas, se reverenciaba al horror y no se lo criticaba. En la década que siguió a la filmación de la tercera, el género experimentó altibajos, se ha visto revitalizado por alguna realización para luego volver a caer a fuerza de innumerables continuaciones. Evidentemente el director no tiene un problema con la cantidad de secuelas que se puedan hacer, pero sí con el rumbo que estas han tomado. Su voz toma cuerpo de adolescente y se queja del nuevo cine de porno-tortura, cuya única finalidad parece ser encontrar la forma más ingeniosa y complicada de matar.

Scream logró a mediados de los noventa revitalizar el género slasher, el cual tras su época dorada se había desprestigiado en los ’80. A quince años de este suceso, esta cuarta parte funciona como un recordatorio: que la saga estaba al alcance de la mano. Ocurre que más allá de una lógica adaptación a los tiempos que corren, la película busca recuperar tanto el espíritu de la original que básicamente acaba por convertirse en ella. El mismo humor, los remates, las muertes, el final, el tiro de gracia, las referencias al cine de terror, es revivir la del ’96 pero con sus protagonistas como adultos y una nueva camada de jóvenes para acompañarlos.

«Don’t fuck with the original» («No jodas con la original») grita Sidney Prescott en otro claro ejemplo del autorreferencial, aunque más que una advertencia al asesino suena como un alerta que el propio guionista Kevin Williamson (autor de las dos primeras) se hace a él y al director. Ya habían planteado en Scream 2 que las segundas partes siempre eran inferiores, quizás en ese sentido es que no hay un riesgo asumido y se opta por jugar sobre seguro. Como en las anteriores, se sigue manteniendo la capacidad de sostener el suspenso acerca de la identidad de Ghostface hasta el final, aunque quizás uno se enfrente con el desenlace más inverosímil de la saga. Si bien Kristen Bell plantea en el comienzo que “Hay algo de real en un hombre que mata con un cuchillo”, el final se revela menos realista que lo que la frase supone. Más allá de estas críticas, la película logra entretener y tiene sus momentos destacados, aunque algunos de ellos sean originales de las previas. En definitiva Wes Craven cumple su limitado cometido, el de recordar que entre tantos juegos del miedo y sangrientos hosteles con sus destinos finales, hay un enmascarado con un cuchillo de caza que puede ser más efectivo.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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