Cuando las hijas de Walt Disney le suplicaron que realizara la película de su libro favorito, Mary Poppins, él no dudó en prometerles que lo haría. Lo que nunca imaginó, es que le tomaría 20 años cumplirlo...
La idea detrás de Saving Mr. Banks roza la blasfemia. Contar el detrás de bambalinas de uno de los productos más adorables y recordados de la factoría Disney era, como mínimo, peligroso, ya que cualquier paso en falso afectaría directamente al buen sabor de boca que le deja a uno ver Mary Poppins, entonando una vez más canciones como Supercalifragilísticoespialidoso o cualquiera que sea la favorita del espectador. El director detrás de tamaña osadía no es otro que John Lee Hancock, quien hace años recibió un impensado empujón en los Oscars con su lacrimógena -y, por demás, taquillera- The Blind Side. Los problemáticos arreglos que se llevaron a cabo entre Walt Disney y P.L. Travers, la creadora del personaje, fue un tire y afloje épico, en el cual la autora adoptó una postura férrea y casi desmorona el proyecto al completo. En esta versión ficcionalizada, el factor emotivo juega un papel casi tan importante como el nostálgico, donde ambas facetas se entrecruzan para dar paso a un film de factura impecable y con excelentes actores al frente.
Debo confesar un pecado: nunca vi Mary Poppins apropiadamente. He captado grandes fragmentos aquí y allá, pero su naturaleza musical me generaba siempre un rechazo bastante grande -como casi cualquier musical, dicho sea de paso- que no me permite todavía darle el vistazo que se merece. La exploración, el making of del icónico personaje de Disney no se me antojaba nostálgico. Aunque el efecto esta ahí, presente, y si al menos no se tiene la suficiente edad para apreciarlo, el endulzamiento de la historia de Travers -motivo por el cual Hancock debe estar rebosante de felicidad- funciona casi a la perfección. Si algo no está roto, ¿para que arreglarlo, no?
P.L. Travers era una persona triste y muy cínica para con la vida. Saving Mr. Banks nos da un vistazo a lo que fue su infancia, con un padre al que idolatraba pero que poco a poco se fue sumiendo en el alcohol, arrastrando a la familia a la miseria. La historia de Mary Poppins no es más que un reflejo solapado de esos años, en donde la imaginación era una vía de escape de una vida tortuosa y atolondrada y, sobre todo, una manera de P.L. de recordar a su padre, su razón de vivir. Por eso, cuando el magnate Walt Disney le acerca la idea de adaptar su creación a la pantalla grande, el rechazo es una y otra vez la misma respuesta.
Mary Poppins no es un cuento colorido y alegre, no es una máquina de flores y pingüinos bailarines. La institutriz no vino para enseñarles a los niños de la casa a ser ordenados, sino que su misión es otra. Y P.L. Travers no puede aceptar algo así. Una coraza muy fuerte y acética envuelve a la escritora, y dentro de esa coraza es que nos encontramos a Emma Thompson, una excelente actriz, consagradísima, que tiene la oportunidad de dar una clase maestra de actuación al encontrarse con las conflictivas emociones de su personaje, que va exteriorizando sus demonios internos a medida que trascurre la trama. No se esperaba nada menos de Emma, pero la bravura de su interpretación es la columna vertebral de Saving Mr. Banks. Su contraparte ácida y melancólica la genera Tom Hanks, más afable que nunca en su personificación del señor Disney, la persona que hizo felices a millones de chicos a lo largo del planeta. La dulzura de Disney en manos de Hanks es desarmadora y el contraste entre su personaje y el de Thompson es brillante, como mínimo.
El guión de Kelly Marcel y Sue Smith se arrima demasiado a la tragedia y al golpe ocasional al estómago con ciertas secuencias, quizás aumentadas en dramatismo para un efecto aún mayor. Esas escenas, bastante oscuras por cierto, son tomadas con una pincelada bastante grande de optimismo, muy chocante por cierto. Dichas escenas no cuadran completamente con el tono de la historia, pero si de verdad ocurrieron, merecen estar presentes para darle más dimensionalidad a las emociones de la protagonista, aunque no terminen de funcionar en el encuadre general. Imposible olvidarse de Colin Farrell en dichos flashbacks o remembranzas como el padre de la pequeña, en una de sus intervenciones más recordadas de su reciente carrera.
Saving Mr. Banks funciona perfectamente para aquellos que quieren revivir una vez más a Mary Poppins desde otra óptica, y también para aquellos que busquen pura emoción y un sentimiento de felicidad al terminar la película. Encuentro a este nuevo trabajo de John Lee Hancock bastante gratificante y no tan obvio como otras feel good movies del momento, amén de un par de pasos adelante de su anterior festival lacrimógeno. Thompson y Hanks, los motivos por los cuales entrar corriendo a la sala de cine.
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