Lola es una madre joven que vive junto a sus tres hijos, Gus, Alejo y Rosita, y su padre Omar. Una noche, al regresar de su trabajo, encuentra que Omar y Rosita han salido de compras. Las horas pasan, ellos no vuelven, y Lola teme lo peor.
Filmar el presente y sus derivas conlleva un trabajo a conciencia con múltiples problemáticas que se entrecruzan. Verónica Chen (Vagón fumador, Agua, Mujer conejo), expone de forma precisa la relación entre conflictos sociales, familiares y personales, a la par del vínculo entre estos con el pasado y las proyecciones futuras, como claves para aproximarse a las tensiones y acuerdos cotidianos. En esta oportunidad la directora retoma la historia de Lola (Sofía Brito), una madre joven y trabajadora quien debe hacerse cargo de la crianza de sus tres hijos -Gus, Alejo y Rosita-. Los días de la protagonista se tornan más arduos debido a la ausencia de los padres de los niños y a la necesidad de vivir junto a su propio padre, Omar (Marcos Montes), con quien guarda una relación profundamente conflictiva desde su infancia, puesto que este no estuvo presente. Todo se complica aún más a partir del hecho central del film. Una noche, al volver de su jornada laboral, Lola descubre que sus hijos varones están solos en casa y que su padre se ha llevado a Rosita de compras. El tiempo transcurre, la niña y su abuelo no regresan y Lola decide acudir a la policía. Una vez en la comisaría, lejos de solucionar el problema o calmar su nerviosismo, descubrirá que su padre tiene antecedentes penales. Esto, junto con el relato de Pedro (Luciano Cáceres) quien le confiesa a la protagonista que Omar había trabajado en un prostíbulo durante su juventud, llevará a Lola a un estado de paranoia y desconfianza indecible.
La base de los diversos dilemas del film gira en torno a la experiencia de la maternidad. En esta oportunidad se aborda el caso de una madre soltera, abandonada por los respectivos padres de sus hijos, quien pese a su personalidad un tanto frágil no renuncia a su compromiso, pero tampoco a su vida sexual -mantiene una relación con un muchacho llamado Víctor (Javier Drolas)-. Esa presencia de distintas facetas en la personalidad de la protagonista, quien es a la vez luchadora y endeble, un tanto efusiva pero consecuente, independiente sexualmente pero dependiente de su padre en términos económicos, funciona como una certera representación de la complejidad que implica abordar los conflictos personales, familiares y sociales, como también para determinar grados de responsabilidad. Del mismo modo se construye a Omar como un personaje sombrío y enroscado, que al mismo tiempo sostiene un lazo positivo con sus nietos, y a Víctor, quien pese a manifestar interés en Lola y afecto hacia sus hijos, también se muestra falto de compromiso y sin intención de asumir seriamente el vínculo con su pareja.
El no involucramiento en los asuntos ajenos es otro de los ejes fundamentales de la película. Además del temor de Víctor por cruzar una línea simbólica en su relación con Lola, también se observa esta actitud fría y vacilante en la compañera de trabajo de la protagonista, como también en su vecina -irónicamente estos personajes son los que le sugieren que mantenga la calma y que espere que las cosas se solucionen-. De esta manera, se plantea un nexo entre la falta de confianza en términos privados y sociales. Dentro de esas tensiones también se aborda la cuestión de la comunicación. El miedo a hablar, la falta de recursos expresivos, la culpa y el pudor operan como barreras que atentan contra la seguridad e impiden la comprensión rigurosa de los acontecimientos, ya que en muchos casos habilitan prejuicios y sospechas -que, en ocasiones, pueden resultar injustos-.
Rosita funciona como un interesante ejercicio cinematográfico en relación con diversas problemáticas actuales. La maternidad sin apoyo de los padres, el pánico frente a la integridad de los niños -potenciado por la brutal exposición del tema en los medios de comunicación-, el clima de paranoia social que refuerza las miradas demonizadoras y las suspicacias, y el sentimiento de desorientación y desamparo son algunas de las cuestiones que se entretejen en esta obra. En términos formales, pese que hacia el final se torna un tanto sobre-explicativa, nunca pierda su solidez. Los recursos utilizados son escasos pero contundentes. Esa potencia se advierte sobre todo en los diálogos y en la fuerza que estos adquieren mediante las actuaciones. Tanto los aspectos técnicos como la riqueza narrativa hacen de Rosita un film compacto y cautivador que logra una curiosa conjunción entre thriller psicológico y drama familiar.
[ratingwidget_toprated type=»pages» created_in=»all_time» direction=»ltr» max_items=»10″ min_votes=»1″ order=»DESC» order_by=»avgrate»]
Lo nuevo de Michael Mann retrata al creador de la mítica escudería.
Paul Giamatti protagoniza una de las serias candidatas al Oscar.
Sydney Sweeney y Glen Powell se juntan para intentar revivir las comedias románticas.
Hollywood se prepara para celebrar a lo mejor del año pasado.