Crítica de RoboCop

Alex Murphy es un buen padre, esposo y policía que está haciendo todo para eliminar el crimen de la ciudad de Detroit. Cuando es herido en cumplimiento del deber, OmniCorp utiliza su destacada ciencia robótica para salvar su vida. Y él regresa a las calles de su ciudad con nuevos poderes, pero con problemas que ningún hombre tuvo que enfrentar antes.

RoboCop es un relanzamiento innecesario de un gran film de 1987 que todavía se sostiene. Superémoslo: las remakes, reboots, nuevas versiones, reimaginaciones, vinieron para quedarse. Desde ya que puede no gustar, de hecho si tuviera que elegir mi propia aventura, lo haría con un Hollywood que proponga ideas originales de forma permanente y que no vuelva constantemente a morderse la cola. La película dio lugar a dos secuelas –la segunda parte no está a la altura, la tercera es directamente mala- y a algunas series de televisión, por lo que hay que preguntarse: ¿es esto lo peor que se ha hecho a partir de la original de Paul Verhoeven? Desde luego que no y, a decir verdad, es una realización interesante.

Uno de los aspectos que hacía de RoboCop un film destacado, era el tratamiento de la violencia y el alto contenido de ella, algo que también podía encontrarse en Total Recall. Menuda suerte la del cineasta holandés, que cada vez filma menos y las producciones que a él lo hicieron grande se vuelven a hacer, con presupuestos elevados a la décima potencia y con una calidad inferior. En esta nueva producción de un género que ha vuelto a pisar fuerte como es la ciencia ficción, todo vuelve a ser pulcro, prolijo, aséptico, sin aquellos elementos que convertían a las primeras partes en proyectos notables. Pero si El Vengador del Futuro modelo 2012 no tenía nada que presentar más que una actualización de efectos especiales, no se puede decir lo mismo del trabajo de José Padilha.

En principio hay una diferencia pequeña pero fundamental, que lleva a las dos películas en caminos separados. En la original, Alex Murphy muere en la línea del deber. En este relanzamiento, el oficial queda críticamente herido. Es decir, en la primera se pierde al hombre cuando se gana la máquina, pero en esta nueva versión, cuerpo y robot se funden en uno. De este modo, la familia del policía cumple un rol preponderante. La de Verhoeven tiene una notable economía de personajes que no se da en este reboot, que ya desde el primer minuto presenta a uno tras otro de los involucrados. El hecho de que Alex siga vivo, ya de por sí, permite explorar una faceta novedosa, que es el cómo se siente él respecto a ser convertido en una máquina. Del mismo modo, la presencia de Clara y David es plena y no circunstancial como en la del \’87 –esposa e hijo solo existían para mostrar a Peter Weller como hombre de familia-. Explotar el costado psicológico del personaje, el lado humano del robot, ya le da al director brasileño un plus de distinción en materia de nuevas versiones.

La RoboCop del 2014 pierde en comparación con la original, pero tiene los suficientes puntos a favor como para sostenerse y no resultar lo peor que le ha pasado a la franquicia. Michael Keaton y Gary Oldman ofrecen interpretaciones destacadas y la existencia de varios sujetos nuevos –a quienes un grupo de figuras muy importante le pone el cuerpo- ayudan a apuntalar a un Joel Kinnaman que, si bien sale bien parado, necesita tener un equipo sólido que lo acompañe. El guión del debutante Joshua Zetumer parte de una base demasiado rica como para que su reposición sea fallida. Dicho esto, se permite jugar con algunas referencias a la original y plantea ciertas temáticas ausentes en ella, más allá de que lo haga con una falta de sutileza que preocupa –lo obtuso del Pat Novak de Samuel L. Jackson como ejemplo del poder mediático llama la atención-. Este descargo con brocha gorda en aquellos tópicos –la corrupción policial se retrata de la forma más obvia posible-, restan notablemente frente a una película original de fuerte crítica social y satirización del consumo de masas, entre otros temas candentes.

Esta RoboCop amplía su espectro y, guste o no, es una producción que aspira a ser diferente. No se han jugado con el traje -que por fuera del hecho de ser negro no presenta serios cambios respecto al gris con el que todos crecimos-, modifica completamente el tono para hacerla una producción apta para todo público, prioriza el CGI por encima de los efectos prácticos y se ha mantenido dentro de ciertos parámetros que ya establecía la primera, como el hecho de que Murphy vaya detrás de su propio crimen. Aún así, dado que los reboots son un mal de la industria actual, es bueno ver que Padilha fue capaz de tomar cierta distancia y seguir detrás de algunas búsquedas propias. Compro esto por un dólar.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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