En la noche más oscura de la Argentina, durante 1976, Rubens «Donvi» Vitale y Esther Soto -junto a sus hijos Lito y Liliana- deciden crear un oasis musical y cultural en la casa, que al mismo tiempo es estudio de grabación, de la calle Rivera 2100 en Villa Adelina. De allí emerge buena parte de la cultura alternativa de la época y un modo de gestionar la creación artística en absoluta libertad e independencia que perdura hasta nuestros días. Vivieron para cambiar el mundo y fundaron un propio, dejando un legado de acción cultural que trascendió la saga familiar y que aún permanece vigente.
Con producción musical de Lito Vitale, el guion y la dirección corren a cargo de Miguel Kohan (Café de los Maestros, El Francesito: un documental (im)posible sobre enrique Pichón-Riviere) y se apoya en una idea original de Lito, Mariana Erijimovich (Zonda, Folclore Argentino) y Marcelo Schapces (Necromicón: el libro del infierno).
Rivera 2100 es la dirección donde comenzó a gestarse todo este legado musical que, más tarde, durante la década del ’80 su concepto de hogar pasa de Villa Adelina a San Telmo donde el cosmos artístico continuó con su herencia melódica.
Entre el ser y la nada, no importa lo que hay ahí. Lo que sí importa es el instrumento que vos tengas. Bajo esa noción se fundará Músicos Independientes Asociados (MIA), siendo la agrupación que en los ’70 abriría el camino de la autogestión y convirtiéndose en preservadores de una conciencia libre. Kogan se lanza a la búsqueda de testimonios que permitan recortar al hombre en su contexto. A través de relatos va dando cuenta de cómo vivió y cómo fue construyendo el culto musical desde su domicilio. Con breves interludios de su hijo en el piano, el cineasta retrata palabras de gente que lo conoció y cuenta, además de sus hijos, con la participación de Esther Soto, Miguel Grinberg, Pipo Lernoud, Mex Urtizberea y Juan Belvis.
El legado está delineado con cortesía y el director logra orientarnos sobre sus sueños y logros alcanzados, pero lo que hubiese dado mayor impacto es entender la magnitud de su obra en la actualidad, quizás, a través de otro enfoque de este proceso. En el encuadre pautado, solo los interesados profundamente en esta biografía estarán atentos al devenir del retrato, constituyendo un público muy finito y preciso para una obra cuyas repercusiones llegan a muchos más hoy en día. Rivera 2100 no logra asentarse como documental, sino como un correcto homenaje a un maestro de la música y de su vida de sacrificios por amor a ella. Lamentablemente, y a pesar de un gran esfuerzo por parte de su familia, el film no alcanza a trazar una fotografía lo suficientemente nítida del hombre, perdiendo así contenido valioso en la exhibición del material y definiendo esta veneración como una oportunidad perdida para mucho más.
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