Crítica de Ricki and the Flash

Ricki Rendazzo, una guitarrista estrella, cometió grandes errores por seguir su sueño de brillar en el mundo del rock and roll. Cuando vuelve a su casa, Ricki tiene la oportunidad de redimirse y hacer las cosas bien entre la música y su familia.

Ricki and the Flash, Meryl Streep

Tras ver el material promocional de Ricki and the Flash, todo indicaba que veríamos otro estrambótico papel de Meryl Streep, de esos a los que la señora actriz ya nos tiene acostumbrados. Y sí, la verdad es que el personaje de Ricki Rendazzo está hecho a la medida de ella y es usual que entregue todo como hace con cada proyecto suyo, pero la película en general es una gran feel good movie que se sustenta del solvente elenco que tiene y de la historia cocinada desde el guión y la dirección.

Hay que decir, antes que nada, que el subtítulo «Entre la fama y la familia» es bastante confuso y hasta engañoso. Ricki no brilla por su fama, sino que es un espíritu libre que eligió perseguir su sueño de hacer música, dejando de lado el objetivo de una familia propia. Tiene en su haber un solo disco, grabado hace ya muchos años, conforma la banda oficial de un bar de poca monta, trabaja en un supermercado como cajera y hasta ahí llegan sus méritos. El momento de la verdad llega cuando el llamado de su ex-marido la arrastra hacia el hogar que dejó atrás, para hacerse cargo de ciertas situaciones familiares que no puede postergar.

Desde un primer momento, Ricki es un personaje agridulce. Es fantástico ver la energía con la cual Meryl dota a esta cantautora que ha visto días mejores, pero a la vez que es la heroína de la historia, tampoco se puede soslayar el hecho de que hizo abandono de hogar dejando a sus hijos sin madre, que la resienten aún como adultos por haberse olvidado de ellos. El guión de Diablo Cody no recurre a golpes bajos ni a reproches mañidos, sino que cada discusión y situación entre Ricki, su ex y sus hijos está bien planteada, con una agradable dimensionalidad entre los personajes que se agradece. Queremos querer mucho a Ricki, pero es imposible adorarla completamente cuando vemos lo que ha hecho. Pero el camino de la redención ahí está, latente, y es la penitencia que Ricki necesita para enmendar su vida.

Jonathan Demme vuelve a dirigir a Meryl después de The Manchurian Candidate en 2004, y los reencuentros no terminan ahí: ella y Kevin Kline vuelven a verse las caras luego de Sophie\’s Choice en 1982, con una química innegable, al igual que la aclamada actriz y su hija en la vida real Mamie Gummer, quienes comparten pantalla por tercera vez. En esta ocasión, Mamie sobresale por sobre sus compañeros de elenco con una brillante interpretación de Julie, la única hija mujer del matrimonio, que atraviesa una seria crisis matrimonial y su primera aparición en pantalla -toda despeinada, desgreñada, sucia y medicada- lo dice todo.

Demme tiene un muy buen sentido del ritmo, con lo que durante casi dos horas satisface a la platea con escenas donde pone la disciplina de Streep en el centro de la acción y la deja hacer de las suyas, cantando y tocando la guitarra, actividades que la consagrada actriz practicó y dominó para el papel. Ricki and the Flash es una muy agradable sorpresa en cartelera, con una historia interesante, intensa cuando puede y debe y, por sobre todas las cosas, sumamente entretenida. Meryl, por supuesto, vuelve a probar que puede hacer cualquier papel y salir airosa.

8 puntos

 

 

 

 

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