Antes de asistir a la proyección de Real Steel suponía que se trataría de una película descarada. Imaginaba que habría tomado lo peor de Transformers, le había agregado algunos escenarios white trash y se la habría arrojado así al ring, como un pedazo de carne metálica dispuesta a saciar el hambre del que busca una de robots peleando. Es que, hay que entender, la primera impresión es que se arrojó la toalla y ya no se buscó una excusa argumental para que los autómatas peleen, sino que sólo se hizo sonar una campana. Gigantes de Acero es, por el contrario, un film que encierra la violencia de un cross a la mandíbula, en forma más precisa, a la de Michael Bay y sus personajes. A la inversa de aquella, que oculta su objetivo principal con un argumento a medias, esta no esconde en ningún momento que quiere mostrar a los robots asi, y con menos culpa puede desarrollar una muy buena historia de redención y segundas oportunidades.
Charlie Kenton trata de salir adelante como puede en un mundo que lo dejó afuera muy joven. Tiene todas las cualidades de un timador, agradable, simpático y hasta querible, con nadie dispuesto a poner dos pesos a su nombre. El hijo con quien prácticamente no tuvo contacto en su vida llega a su puerta para pasar una temporada a su lado y encuentra en el boxeo una vía de formar un vínculo con un padre ausente que, sin que el niño lo sepa, lo vendió por unos miles de dólares. Tras una mala racha encuentran a Atom, un robot con un dispositivo de mímesis que tiene chapa de campeón.
Los combates que se desarrollan son de una pasión que hace largo tiempo no se ve en cine, de esos que se palpitan al borde de la butaca. A decir verdad, los gigantes de acero del título parecen tener venas en vez de cables y sangre corriendo por sus circuitos. Real Steel es un film cargado de emoción, el del retador menor que tiene un vistazo hacia la gloria, en una revisión moderna de lo que fue Rocky.
Baseball, básquet, carreras de caballos, John Gatins ha escrito guiones sólo de deportes, por lo cual parecía una elección lógica para tachar boxeo de la lista. Si bien el film tiene mucho servido por las excelentes secuencias de pelea, por momentos recurre a frases hechas y declaraciones solemnes («¡Quiero que pelees por mi!»), que le restan fuerza y originalidad.
Shawn Levy logra sortear la previsibilidad y el piloto automático con que se hacen estas películas, el no recurrir al falso 3D o al slow motion constante para estilizar secuencias de acción da la pauta, y acaba por ofrecer su mejor trabajo hasta la fecha. Son los ojos esperanzados de Dakota Goyo, el salto para lanzar un golpe de Charlie (en un slowmo bien usado), los movimientos humanos de Atom y sus bailes, como un Naseem Hamed robótico, los que hacen de Real Steel una película gigante que debe atesorarse, como una pieza útil en un mar de chatarra.
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