En 2045, con el mundo al borde del caos y el colapso, la gente encuentra la salvación en OASIS, universo expansivo de realidad virtual creado por el brillante y excéntrico James Halliday. Este muere y su inmensa fortuna será heredada por la primera persona que encuentre un huevo de Pascua digital que él escondió en algún lugar de OASIS.
El tío Esteban es el encargado de adaptar la aventura pop definitiva, escrita por Ernest Cline, y da vida a Ready Player One. Con todo lo que esto conlleva, casi que en el film -en un análisis más profundo- lo que menos importa a priori es la historia en sí, sino volver a los años ’80, con Steven Spielberg haciendo autorreferencia, con los fichines, el arcade, la música glam y pop. Esto supone desde el principio que el público se pierda en este entretenido recuerdo de lo que fue, que el espectador milennial o centennial sienta nostalgia de algo que no vivió y logre disfrutar a través de la columna vertebral que une a todas las generaciones habidas y por haber desde aquel tiempo hasta la actualidad y más allá: los videojuegos.
Bastan solo unos pocos momentos del film junto al primer plano para que el cineasta apunte y dispare la bala directamente al corazón de la audiencia, ya que lo que se oye es «Jump» -el éxito de Van Halen de 1984- mientras que lo que se observa es un ghetto futurista del año 2045. El director, en una jugada propia de un realizador que representa al cine de Hollywood y de una persona que contribuyó a fundar la actual cultura pop, manifiesta sus intenciones narrativas e ideológicas. De alguna forma es allí mismo donde uno puede darse cuenta de que este film, tan comentado y esperado, no podría ser llevado adelante por otro que no fuera Steven Spielberg.
No es solo el obvio hecho de las miles de referencias que pueden descubrirse lo que hace que el director sea el más idóneo para esta misión; son su experiencia y maestría lo que le confieren la capacidad de amalgamar tal descomunal número de iconos pop y lograr narrar de forma sólida y trepidante esta aventura gamer, sin perderse en la intención de solo apelar al sentimiento de un espectador -que ronda en un vasto rango de edad, yendo desde la tierna infancia hasta los 50- ni fallando en la narración de esta historia.
Vale decir que al ser un poco menos del 100% generación por computadora, la obra propone ciertos momentos de reflexión y giros dramáticos que van en relación con la idea de realidad virtual en convivencia con nuestra realidad física… y claramente es por esto que el argumento resulta tan atractivo en tiempos que corren.
La historia es simple e impecable en términos estructurales, muy bien narrada. Nada nuevo en cuanto a lo que ofrece el director. Por esto es que el hincapié se hace en la estrategia con la que él, junto al propio Cline y Zak Penn en calidad de co-guionistas, logra construir una puesta en escena en donde los elementos pop son funcionales, sin caer en un desfile inútil de referencias que sean lo único capaz de captar la atención. Es por la destreza narrativa del tío Steven y su equipo técnico -entre el que se incluye, cómo no, al histórico Alan Silvestri como compositor del score- que la producción cumple la función de ser divertida y disfrutable.
Sin sorpresas y sin ser innovadora, sin ser lo mejor del director, Ready Player One cumple lo prometido desde lo que propone su argumento. A otro nivel, el regodeo por lo pop y la cultura del videojuego es relativo, ya que claramente no son necesarios en cuanto a la calidad del film, y sin embargo se tornan imprescindibles para llevar al público a la sala, a un determinado público que se siente atraído por su lejana infancia pop y otro mismo atraído por el actual amor gamer, entremezclados en una sola sala, en una sola película. La nostalgia por lo (no) vivido.
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