El hermano de Svetlana muere en misteriosas circunstancias y pesadillas vívidas comienzan a acecharla. Ella decide acudir al Instituto de Somnología en busca de ayuda y allí es inducida a un 'sueño colectivo lúcido'.
Rassvet es un nuevo exponente del cine de terror ruso que esporádicamente llega a nuestra pantalla, uno que no puede escapar a cierta lógica mercantil, más propia de lo que se hace en Estados Unidos, y que acaba por disminuir su evidente calidad en pos de un confort no solicitado.
No hace falta más que ver la forma en la que el director debutante Pavel Sidorov conduce el funeral del hermano de Sveta, como para entender que se tenía algo mejor entre manos. El realizador entrega la mejor escena de su película, realmente bien filmada y una de mucho significado, que marca el puntapié para toda una construcción densa en torno al duelo de la protagonista, quien empieza a indagar en el pasado de su familia y en el presente de Anton, previo a su muerte. Hay un efectivo trabajo musical, con el sonido y una fotografía acorde, aplicadas con esfuerzo para fortalecer una atmósfera de terror que cala hondo en nuestro personaje central, antes que en el simple recurso al jump scare.
Todo eso se hace a un lado cuando acude al Instituto de Somnología para que la ayuden, dado que desde allí pareciera empezar una nueva película. Impacta la arquitectura de dicho centro médico y se lo filma para enaltecer esa impresión, como si se lo convirtiera en otro personaje. Pero una vez dentro, todo se vuelve más esotérico, espectral. La película abraza un halo de ensoñación tal que no terminamos de entender a fondo qué es lo que sucede. Esto en un sentido más bien básico, no se define si están despiertos o todavía duermen -o qué es lo que puede pasarles en sueños- y a esa indefinición es a la que el director parece querer apuntar, pero también comporta sus riesgos.
A la construcción íntima en torno al desconsuelo de Sveta, se la contrasta con un experimento grupal con el que se la induce a un sueño lúcido colectivo, prefiriendo hacer a un lado ese prolijo desarrollo de la atmósfera para abrazar recursos más bien efectistas. Hay otros tres pacientes junto a ella, con problemas propios con los que tienen que lidiar, y Rassvet elige abordarlos por la vía simple, corriéndose hacia un tipo de terror prefabricado antes que seguir cultivando esa labor artesanal que tanto había destacado a su primera mitad.
Los elementos sobrenaturales estuvieron desde un primer momento vinculados al avance del drama familiar, pero la posterior indagación en un territorio de ciencia y cultos demoníacos generan un conjunto de diferentes tópicos en simultáneo en el que indefectiblemente alguno será dejado de lado, especialmente con la incorporación de los otros tres personajes con diferentes dramas personales. El duelo de Sveta está siempre presente, pero la forma en que se lo aborda es cada vez menos íntima y más de terror corriente y predecible -ayuda poco la limitada actuación de Alexandra Drozdova-, en tanto que Rassvet prefiere olvidarse del culto al demonio para traerlo a colación más adelante, cuando puede dejar las puertas abiertas para una continuación. Porque en Rusia tampoco se escapa a la tentación de pensar en una secuela antes de hacer la mejor película que fuera posible.
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