Crítica de Porno para Principiantes

Montevideo 1985. Víctor es un aficionado al cine que está vendiendo su cámara para poder casarse, cuando un mafioso local lo convoca para dirigir una película porno.

Víctor está a punto de casarse con Leticia. Trabaja como cadete en el banco de su futuro suegro, un hombre adinerado que no tiene inconvenientes en darle todo a la pareja para que disfruten del mejor pasar. Pero él se siente castrado. Interpreta la generosidad del otro como una forma de tenerlo controlado, en tanto que es una muestra patente de su incapacidad para proveer en el hogar. El plan de vivir del cine choca contra una realidad de bolsillos ajustados, con lo que está preparado a abandonar sus ambiciones de ser director con tal de contribuir en esta unión. Pone en venta su cámara en el videoclub del barrio y eso llama la atención del dueño del local, que quiere hacer una película y necesita a un realizador que la lleve adelante. La renuncia a sus sueños es, casualmente, lo que le permita hacerlos realidad, pero con una pequeña trampa… el productor quiere una porno.

Así se pone en marcha esta comedia de factura uruguaya, que encabezan Martín Piroyansky y Nicolás Furtado en dos papeles cuyas personalidades conocen a la perfección. Esa neurosis del primero se complementa con la capacidad del segundo para hacer marginales entrañables, y se lanzan a la aventura de hacer cine para adultos desde dos lugares diferentes. Víctor por necesidades económicas, porque entiende que su arte está por encima de un proyecto de estas características. Aníbal, por otro lado, es un experto conocedor y apasionado por el cine condicionado. Para él, las porno también son películas. Porno para Principiantes no termina de abrazar la mirada de este último, sino que queda atada a la concepción del otro. Así se pierde la posibilidad de reivindicar todavía más al cine que hay dentro del porno.

Los dramas personales de Víctor se profundizan cuando conoce a la actriz estelar Ashley Cummings, con una Carolina Mânica (Rua Augusta) de la que es difícil no enamorarse. Su pasión por el arte dentro del tipo de cine que hace y su sensibilidad creativa impactan de lleno en el joven director, a quien toma con la guardia baja. Sus sentimientos hacia ella y la cinefilia compartida derivan en un impulso inventivo para encarar la película, con una versión condicionada de La Novia de Frankenstein que a su vez reivindica el talento de James Whale.

No termina de haber espacio para una Zach and Miri Make a Porno del Río de la Plata o tan siquiera una Bowfinger del cine para adultos, dado que en forma constante se cuelan las inseguridades de Víctor o el esfuerzo por mantener separadas su vida personal con su trabajo por encargo. Pero esto da lugar de sobra para que surja el humor y afortunadamente Porno Para Principiantes lo hace muy bien. Piroyansky es un manojo de dudas, que trata de pilotear como puede una semana clave para su vida, mientras que Furtado es un genial alivio cómico. Daniel Aráoz, por su parte, hace de Boris un sólido antagonista que también es capaz de contribuir a la risa.

Porno para Principiantes es mucho a la vez. Es cine porno de autor en una Montevideo de mediados de los ’80, con la pasión por filmar como se pueda. Su mayor limitación, quizás, esté en el propio Víctor como un sustituto del director Carlos Ameglio. El primero se lanza a hacer un tipo de cine en el que no termina de creer, al que concibe como una suerte de traición a su arte con algo prohibido, sucio, menor, y que finalmente lo empujará al exilio. Para él todas las porno son iguales, y esa falta de compromiso con el trabajo acaba por trazar una diferencia respecto a Whale, quien tuvo que hacer distintos proyectos por encargo antes de tener la chance de encarar su obra maestra.

Hay todo un marco en el presente para contar los sucesos ocurridos en 1985 que no termina de funcionar y que deja algunas cosas en el aire, restándole ímpetu a lo que se venía viendo y que arrastra hacia abajo la buena comedia que se disfrutaba. Es como si se hubiera resuelto un escape fácil para el protagonista, pero sobre todo para una película que no se supo resolver. Y a uno le queda la poco feliz impresión de que se abandonó el último tramo a su suerte.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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