Tras demostrar con Easy A y Friends with Benefits que tenía la comedia subida de tono en el bolsillo, Will Gluck eligió el camino apto para todo público para su siguiente proyecto, una decididamente fallida versión moderna de Annie. Cuatro años más tarde el director vuelve a la carga en terreno similar, con otra adaptación cinematográfica de un «querido» personaje destinado al público infantil, y esta vez su talento no se ve malgastado. Peter Rabbit tiene el dinamismo, frescura e irreverencia que se ha llegado a esperar del cine del realizador, pero sin perder de vista a quién se dirige la película.
Así como su trabajo anterior tenía una apertura confiada, en la que dejaba en claro qué tipo de film no era –aunque después desperdiciaba todo en el proceso-, en este se hace lo mismo. Se dejará de lado la sacarina para explorar una variante más filosa del famoso conejo, que para los tiempos que corren se ve transformado en una suerte de antihéroe encantador, pero cretino –hubo críticas a este cambio en la personalidad, pero es difícil que algo así impacte en generaciones que nunca antes oyeron hablar de él-. La voz de James Corden le sienta perfecta para traerlo a la vida, dado que el británico tiene dominado ese equilibrio a mantener entre la inocencia bonachona y esa despreocupación algo insidiosa.
Desde el primer momento nos sentimos arrastrados a esta transposición moderna de cierto clasicismo en su estructura. Fuera lo viejo –es genial lo que sucede con el McGregor de Sam Neill– y bienvenido lo nuevo, con otro tipo de némesis. Domhnall Gleeson entra en escena como un maniático del control desilusionado en lo laboral, después de una vida dedicada a una tienda que no lo valora como corresponde, y esa pulcritud es llevada al campo, que se convertirá en uno de batalla cuando conozca al joven del título. Pero no es el típico antagonista como bien indicaría el apellido, sino que es uno con corazón, que late más fuerte cuando está cerca de la bondadosa vecina Bea, con otra encantadora interpretación de esa gran actriz que es Rose Byrne. Para los animales es una amenaza más dura, ágil y con mayores recursos, pero el guión de Gluck y Rob Lieber (Alexander and the Terrible, Horrible, No Good, Very Bad Day) se ocupa de pintarlo como humano, más allá de que quiera exterminar a nuestros héroes.
Durante buena parte de su metraje, Peter Rabbit le rehuye al sentimentalismo en pos del más puro humor, con un Gluck que da cuenta de su talento para la comedia de múltiples recursos. Hay mucho slapstick en el qué sostenerse, pero también diálogos ligeros a los que no les cuesta trabajo encontrar la risa, sumado al trabajo físico de la dupla de carne y hueso –sumamente expresivos-. La labor en materia de animación está bien lograda, como se ha llegado a esperar en proyectos del estilo, mientras que el film se reserva la posibilidad de llevar a la pantalla grande las ilustraciones de Beatrix Potter, en pequeñas dosis bien justificadas.
Las maravillosas Paddington dan cuenta de que se pueden hacer bellas adaptaciones que no ignoran la naturaleza del material fuente, pero tampoco se puede pretender que todos sigan con igual suerte ese rumbo. Aquí se pone el foco en el camino del antihéroe, el cautivador líder que debe aprender a hacerse responsable de las consecuencias de sus actos, así como también en el del antagonista, que debe abrirse al amor y abrazar la vida animal. No se puede decir que Peter Rabbit tenga una historia original, con lo que elige reforzarse a base de mucho humor. Uno malicioso y cínico que no está en la línea que le dio la autora –si nos ponemos técnicos, hay hasta algún intento de homicidio en el proceso por parte de los conejos-, pero eso no implica que no funcione.
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