Crítica de Perros del fin del mundo

Documental que retrata una amenaza que acecha a Tierra del Fuego, a su gente y su cultura. De cómo una inofensiva y adorable mascota, cuando es abandonada por la irresponsable tenencia del hombre, va recuperando su estado salvaje.

Tierra del Fuego es la provincia más al sur de Argentina, reconocida mundialmente por su belleza antártica, su cordero y su lana, productos de gran estima en los mercados especializados. Pero muy pocos saben de una de las problemáticas más acuciantes que vive la zona hace décadas, y ese es el foco de Perros del fin del mundo, un vistazo aleccionador y no menos polémico cuyo visionado no es apto para impresionables.

El honesto y visceral recuento del director Juan Dickinson expone las diferentes voces que experimentan en carne viva el azote de los perros del título, animales que alguna vez comenzaron como mascotas hogareñas y hoy se mueven en manadas que atacan todo a su paso. El revertimiento del mejor amigo del hombre hacia su estado más salvaje se remonta a años atrás, cuando familias abandonaban a la vera de la ruta a los animales que ya no podían mantener en el hogar, una acción que se volvió costumbre e inició la propagación de la raza canina en libertad. Lo que empezó como picardía hoy es motivo de pérdidas cuantiosas de ganado ovino, despedazadas con saña por estas jaurías que se antojan imparables.

Los testimonios de lugareños, quienes sus vidas giran en torno a la crianza de animales, se entrechoca con los de los veterinarios y proteccionistas, quienes ofrecen estimadas palabras que clarifican la situación actual. Hay intentos de censar y castrar a los animales salvajes, pero cada día se multiplican más, mientras que los criadores llegan hasta los últimos esfuerzos para encontrar una manera de proteger su inversión. La violencia es el límite para muchos, pero empujados hacia la misma, ¿qué se puede hacer al respecto?

La consciencia ciudadana parecería ser la clave, pero mientras uno no piense en el prójimo la problemática continuará. Promediando el final de su escueta duración (64 minutos) parece surgir una solución, un costado experimental que expone luchar fuego contra fuego en una adorable pero imponente raza canina criada como una oveja más que parecería promisoria. El tiempo lo dirá, pero la película de Dickinson se ha encargado de arrojar luz sobre los hechos de manera clara y sucinta, aún cuando hayan ciertos pasajes demasiado extremos que revuelven el estómago y quizás no eran necesarios para sostener los puntos del film.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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