Crítica de Peppermint / Matar o Morir

Riley North despierta de un coma después de que su esposo e hija fueron asesinados en un brutal ataque a la familia. Cuando el frustrante sistema judicial protege a los homicidas, Riley decide transformarse de una ciudadana modelo a una guerrillera urbana.

Riley es madre, esposa. Para ella su definición es esta, más allá de su trabajo en el banco –en dónde la explotan-, más allá de las malvadas madres de las niñas exploradoras. Ella da todo por su familia, por eso cuando son asesinados frente a ella, y al ver que la justicia no hace nada, decide tomar el asunto en sus manos. Peppermint es una película de acción que causa gracia, pero no por los motivos correctos y que parece salida directamente de la década de los noventa.

Pierre Morel es el director de esta película y si su nombre resulta familiar es porque fue el responsable de la primera Taken, protagonizada por Liam Neeson, lo que significa que ya tiene experiencia en acción. Esto es algo que no puede adivinarse en ningún momento. Toda la trama está repleta de clichés y ni hablar de estereotipos raciales. Ni siquiera las escenas de acción están a la altura y, por cómo están filmadas, no pueden llegar a apreciarse.

Riley North (Jennifer Garner) ve como asesinan a su familia en la salida de un parque de diversiones, cuando estaban festejando el cumpleaños de su hija. Ella es herida y queda en coma, despierta un mes después en el hospital y le dice al Detective Stan Carmichael (John Gallagher Jr.) que puede identificar a los responsables. En una rueda de reconocimiento –y una de las escenas más teñidas de racismo de la película- señala a los que dispararon desde el auto a su esposo e Hija. Pero en un rápido y corrupto juicio los dejan libres por falta de pruebas. Ella desaparece y vuelve cinco años después a buscar justicia.

Desde la base, el argumento es, por lo menos, problemático. En los tiempos que corren plantear la idea de una vigilante como heroína hace ruido. La historia está planteada para que instantáneamente se sienta empatía con la protagonista y que por esto justifiquemos todas sus acciones. Con pequeños momentos de heroísmo en cámara quieren que el personaje sea eximido de cualquier juicio de valor. Más allá de que es una película de acción y esto suele pasar, el espectador está empezando a cansarse de eso y a tener otro tipo de conciencia. Los villanos –como siempre- son narcotraficantes. Y como ya es canónico en Hollywood, narcotráfico es sinónimo de latino. Pero no cualquier latino, buscaron la versión más forzada, más estereotipada de esto y lo expusieron, como si no fuera problema alguno. La película intenta pararse desde un lugar “progresista” al mostrar a una protagonista de acción no sexualizada que sale herida, pero todo esto poco importa cuando muestra que, si bien se corre de un eje típico en un lado, lo refuerza terriblemente por otro.

Es graciosa, pero la mitad de las veces el espectador no sabrá si esa risa fue buscada por el guion de Chad St. John o es accidental. Es un ejemplo clásico de esa película que se ve un domingo a la tarde para pasar el rato cuando no hay nada más en la tele.

 

 

 

 

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Julieta Cáceres

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