Crítica de Pawn Sacrifice / La Jugada Maestra

Se lo llamó "El Match del Siglo" y atrajo más atención mundial que cualquier otro encuentro de ajedrez, tanto antes como después. La final del Campeonato Mundial de 1972 entre el retador norteamericano Bobby Fischer y el campeón ruso Boris Spassky transformaría durante varias semanas a un tablero en Reikiavik en un campo de batalla de la Guerra Fría.

El ajedrez, lamentablemente, ya no despierta las pasiones de antes. No se repiten batallas épicas en el tablero, como la de Gary Kasparov contra la máquina Deep Blue -de la que se cumplieron 20 años en los últimos días-, las del mencionado Gran Maestro y Karpov o las de Bobby Fischer contra toda Rusia. La de este último es una historia apasionante y, como tal, se refleja en Pawn Sacrifice. Una biopic clásica, enfocada principalmente en sus años de ascenso y gloria hasta 1972, tiene el curioso mérito de consagrar y defenestrar a su protagonista por partes iguales, concentrándose en forma primaria en los muchos demonios internos que lo acechaban.

Así como con la reciente Burnt, el guionista Steven Knight vuelve a cargar las tintas sobre un enfant terrible de cierta disciplina -en ese caso era la alta cocina-, que aspira a ser el mejor en lo suyo. Con notorios problemas personales -adicciones en aquella, psicológicos en esta-, aliena a aquellos que lo rodean en el camino a la grandeza. Pero a la historia de Fischer se le debe sumar el elemento político, dado que su crecimiento es paralelo a la profundización de la Guerra Fría. Y con ella, la obsesión se vuelve paranoia.

Mueven las blancas y uno ya esta abordo de la montaña rusa mental en la cabeza del prodigio. Desde la primera escena, el director Edward Zwick (The Last Samurai, Blood Diamond) refleja el estado de persecución en el que se encuentra Bobby. La compulsiva búsqueda de micrófonos -acompañada de una magnificación de sonidos mínimos que lo aturden-, el ajedrecista juega una constante batalla consigo mismo que lo limita sobremanera. Hay apenas un vistazo a su infancia y adolescencia, cuando muestra signos de ser el mejor en lo suyo, en las que ya se avizoraba una poco sana obsesión por el tablero y sus piezas. El film, sin embargo, adelanta unos cuantos movimientos y esta manía se ha vuelto peligrosa.

Más allá de aquellos pantallazos a sus primeros años, el deterioro psicológico del protagonista dista de ser progresivo. Su personalidad nociva recrudece a medida que se vuelve un ferviente antisemita, que responsabiliza a los judíos de todos los males de la sociedad. Esto sin duda se resiente en un espectador que no se termina de conectar con el personaje. Lejos de generar empatía, este foco al lado menos conocido de la vida de Fischer, genera rechazo. Demandante, necesitado, caprichoso, Tobey Maguire cumple con creces con un papel difícil, pero eso no implica que el espectador lo disfrute. Lejos se está de sentir el fanatismo por el ajedrecista que crece en pantalla, mientras se vuelve una celebridad. El chico de Brooklyn, que hace Patria y enfrenta a toda la Unión Soviética, no tiene el mismo impacto una vez que se lo ha visto despotricar en forma xenófoba. Lo que el público ve como excentricidad, el espectador percibe como un serio problema mental.

Maguire está muy bien acompañado por un trío de secundarios, como son Peter Sarsgaard, Michael Stuhlbarg y Liev Schreiber. Ninguno debe cumplir con las exigencias emocionales que el guión le demanda al antiguo Peter Parker, sin embargo funcionan como firmes pilares que ayudan a que el otro se luzca. Los dos primeros como parte de su equipo, quienes sufren de los embates de una estrella que puede ser dañina, y el tercero como su máximo rival. El contrapunto perfecto, Spasski tiene todo lo que él no. Dinero, apoyo del Gobierno, de la Federación de Ajedrez, y Schreiber hace mucho con poco, con una calma que enerva a su oponente.

Pawn Sacrifice ofrece una merecida mirada a la apasionante vida de Fischer, con un Zwick que elige un enfoque tradicional para una biopic que se dedica sobre todo a un partido. Más allá de las destacadas actuaciones, en otro aspecto que se luce es en el gran trabajo del director de fotografía Bradford Young, quien recurre a varias cámaras y distintos tipos de película para recrear imágenes de archivo y las diferentes eras. Sin embargo, la concentración en el llamado «Match del Siglo» es solo aparente, dado que balancea muchos puntos en simultaneo -el juego en sí, la personalidad de Fischer, la Guerra Fría-, sin lograr que todo esté equilibrado. El ajedrez es pura estrategia y Pawn Sacrifice necesitaba algo más de balance.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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