Una pareja se ve atraída hacia los planes de un oligarca ruso de deserción y pronto queda posicionada entre la mafia rusa y el Servicio Secreto Británico, sin poder confiar en ninguno de los dos bandos.
Exceptuando los films de James Bond, hay que rebuscar minuciosamente para encontrar aquellas narraciones, muy características del período de la Guerra Fría, que se enmarcan dentro del género de «intriga internacional». Y por supuesto que en la película dirigida por Sussana White, basada en la novela homónima de John Le Carré, no podían faltar los rusos que en este caso se enfrentan entre ellos mismos.
El título Our Kind of Traitor responde a un juego en el cual todos son traidores de alguien, quien a la vez también es traidor. La mafia rusa se encuentra en medio de una guerra civil interna que convierte a todos y cada uno en desleales. El servicio de inteligencia inglés busca dentro de su propio país a aquel desertor a su nación. A pesar de diferenciar «héroes» (bordeando lo anti-heroico) y villanos, y que la narración no se esfuerce por mostrar la ambigüedad moral, no hay ninguno que pueda ser eximido de jugar por sus propios intereses.
Es esta falta de matiz la que se convierte en el punto más flojo del relato, más precisamente en los protagonistas: Perry (Ewan McGregor) y Gail (Naomie Harris). Un matrimonio que, transitando un momento de crisis, deciden realizar un viaje de reencuentro. Si esta premisa funciona como punto de partida, allí es también donde se queda. Ese conflicto no repercute o no se hace notar dentro de las decisiones tomadas y se asimila como una circunstancia que une a dos personajes que funcionan individualmente.
Un flaqueo curioso es la dirección fotográfica, que en su afán de ser expresivo logra el resultado contrario a la hora de seguir a los personajes o entender alguna situación de importancia narrativa. Aunque sí cabe destacar la puesta en escena que recrea el ambiente de la Guerra Fría en un contexto contemporáneo y más neo noir. Este entorno, sumado a la apaciguadora y melancólica banda sonora a cargo de Marcelo Zarvos, logra describir la desdichada situación de los personajes de encontrarse obligados a un sacrificio inevitable, el honor y la familia son lo más importante.
En una batalla donde la información es la clave del poder, White se transforma en una repartidora talentosa de ella. Otorga datos importantes y detallados de forma tan constante que logra guardarse el más trascendente, sin que el espectador pueda sospecharlo. La ductilidad en la dirección mantiene un ambiente pesimista y desesperanzado y un giro argumental tan discordante como alevoso.
Un relato en que es más lo que subyace que lo que ocurre. Lo que subyace es este poder en juego, esta información por la que se debe morir. Aun sin tener grandes logros, el film alcanza a narrar con seriedad, sobriedad e inteligencia para saber que a pesar de haber buenos y malos, ni estos buenos ni malos pueden confiar en ellos mismos.
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