Crítica de Nightmare Alley / El Callejón de las Almas Perdidas

Guillermo del Toro regresa una vez más cuestionándonos sobre quiénes son los verdaderos monstruos. Ya disponible en Star+.

Esta crítica fue originalmente publicada el 8 de febrero de 2022.

¿De qué va? El carismático Stanton Carlise se topa con un carnaval ambulante donde aprende trucos ilusionistas que, con la ayuda de una misteriosa psiquiatra, le permiten estafar a la élite adinerada de la sociedad de Nueva York de la década de 1940.

El famoso director mexicano Guillermo del Toro, después de haber triunfado en los premios Oscar con The Shape of Water, vuelve con un elenco estelar para su nueva y esperada cinta Nightmare Alley o en español El Callejón de las Almas Perdidas. La película está basada en libro del mismo nombre publicado en 1946 por William Lindsay Gresham. Gresham, fue un escritor norteamericano de múltiples talentos que sirvió como voluntario en la Guerra Civil española, donde conoció a un ex trabajador de carnaval que le contó la historia de un hombre monstruo o geek. Incapaz de sacarse la historia de la cabeza, Gresham escribió la historia que resultó ser su libro más famoso. Muchas décadas después, Guillermo del Toro leería la historia, e incapaz de sacársela de la cabeza, dirigiría este thriller como un homenaje al cine negro o film noir.

La cinta sigue la historia de Stan (Bradley Cooper) un misterioso y atractivo hombre que buscando dejar su turbio pasado atrás y sin interés en que le hagan preguntas sobre este, se topa con un carnaval ambulante en el cual empieza a trabajar. Tras aprender los trucos ilusionistas de la pareja de mentalistas del circo (Toni Colette y David Strathairn), nuestro protagonista huye con la joven Molly (Rooney Mara) para empezar una exitosa carrera por su cuenta. Lamentablemente las cosas se complican para Stanton cuando conoce a la psiquiatra Dra. Lilith Ritter (Cate Blanchett), quien le hace una propuesta que su ambición no puede rechazar.

La película gira alrededor de la magia y los ilusionistas, pero a su vez, es la primera obra del director que no tiene elementos sobrenaturales, y realmente no los necesita, no requiere elementos místicos para generar una historia oscura, tenebrosa y sórdida, porque aquí lo más espeluznante es el ser humano, egoísta, ambicioso y violento. A primera vista pareciera que del Toro nos planteara el clásico debate de la naturaleza del hombre, ¿Existen hombres monstruosos por naturaleza? ¿Hay algunos mejores que otros o cualquiera puede serlo? ¿Tuvo alguna vez la posibilidad de elegir un camino distinto o su destino estuvo sellado por su traumático contexto? ¿Nació para convertirse en un monstruo? Por los detalles y mientras la película va avanzando nos damos cuenta de que Stan, acostumbrado a la violencia, y por más superior que se creyera a los demás, es un personaje condenado desde el inicio.

Nuestro protagonista, con su sombrero inclinado podrá ser presentado como una especie de Indiana Jones, pero rápidamente intuimos que poco tiene de héroe. Cegado por su soberbia, subestimando al resto de los personajes y dejándose llevar por su ambición poco a poco va cediendo sus principios perdiéndose tanto en el camino, como todo lo que es importante para él. El desenlace llega con fuerza y una crudeza extraordinaria para mostrar las terribles consecuencias del comportamiento de nuestro héroe sobre los demás y finalmente también sobre sí mismo.

Al igual que sus otras obras, del Toro destaca por un diseño de producción increíble en donde la atención que le presta a cada detalle, permite la creación de escenarios y estéticas maravillosamente lúgubres, con una atmosfera tétrica y sombría. Merecen un reconocimiento especial la diseñadora de producción Tamara Deverell, el director de arte Brandt Gordon, el decorador de escenarios Shane Vieau y el diseñador de vestuario Luis Sequeira, quienes construyen mundos cinematográficos deslumbrantes. Sin lugar a duda, su trabajo es lo mejor de la película.

Sin embargo, hay que resaltar algunos elementos que no funcionan muy bien en la cinta. En primer lugar, es excesivamente larga, donde el único personaje que se desarrolla es el protagonista dejando al resto como meros acompañantes vacíos, siempre tomando decisiones que se sienten abruptas debido a que como espectadores no hemos tenido tiempo para conocerlos. Teniendo a una maravillosa Cate Blanchett como una astuta femme fatale, con habilidades intuitivas para analizar a las personas, es realmente una pena que sus escenas se limitaran a unas cuantas interacciones con Cooper quien, a pesar de hacer un buen trabajo, es hasta su última escena donde realmente brilla por su actuación.

Por otro lado, entre los tres actos, el segundo acto, en concreto, se vuelve tedioso, alargándose más de lo necesario, haciendo que el hilo de la película se pierda durante un tramo. No obstante, lo más irregular es su guion, ya que debemos admitir que por más interesante que sea la manera de presentarla, se trata de una historia extremadamente predecible. Desde las primeras escenas son demasiadas “las pistas” que nos da a entender que va a terminar mal y la angustia que mantiene la cinta es  ¿Qué tanto y hasta dónde puede decaer el ser humano? Para mi gusto, la respuesta de la película es demasiado sombría, lo que hizo que no la disfrutara tanto, pero más allá de mi opinión subjetiva al respecto, finalizo con un dato: en 1962, William Lindsay Gresham -el autor del libro en el cual se basa la película- se suicidó en la misma habitación donde lo escribió.  -Al momento de morir, encontraron en sus bolsillos dos tarjetas, una decía: “sin dirección, sin teléfono, sin negocio, sin dinero: retirado”, y otra decía: “preferiría morir antes que enfrentar la verdad”. Me da la impresión de que el final de la película es la respuesta de Del Toro a Gresham, dejando a un Stan vivo pero enfrentándose a su espeluznante verdad: la codicia, el egoísmo y el ser humano son los verdaderos monstruos, y nada ni nadie nos puede salvar.

 

 

 

 

Alejandra López A.

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