Crítica de Ni Héroe Ni Traidor

Buenos Aires, 1982. Matías acaba de terminar la colimba y sueña con irse a estudiar a España. Pero todo cambia completamente cuando se declara la guerra de Malvinas y es convocado junto a sus amigos.

Matías volvió de la colimba, su madre dice que ahora come mucho y su padre espera que su pasión por el bajo se convierta en un hobby y que vaya a trabajar en el puerto. Con casi 20 años, en lo único que piensa es en el mundial y en irse a estudiar a España, pero el 2 de abril se comunica que las tropas argentinas desembarcaron en Malvinas y su vida da un vuelco. Ni héroe ni traidor es la nueva película de Nicolás Savignone, un retrato de la Guerra de Malvinas desde otro lugar, que plantea una interesante y emocional mirada sobre los jóvenes -casi niños- que fueron reclutados.

Juegan a la pelota en la cancha de tierra, piensan en qué quieren estudiar ahora que terminaron el Servicio Militar Obligatorio, qué hacer de sus vidas. Matías (Juan Grandinetti) quiere ver a su novia y convencerla para que se vaya con él a España y que su padre (Rafael Spregelburd) se deje de joder con eso de ir a trabajar con él. La vida de estos chicos no se diferenciaba de la de ningún adolescente, pero todo eso cambió cuando la radio emitió el comunicado oficial de que las tropas llegaron a las Islas Malvinas para recuperarlas de la usurpación británica. Un patriotismo desenfrenado inunda las calles y todos festejan; estos cuatro amigos se abrazan. Dos de ellos dicen que van a reportarse al cuartel, Matías no sabe muy bien qué pensar y el otro ve cómo sus sueños de estudiar arquitectura y escuchar The Wall se evaporan ante sus ojos.

Las películas que abordan este momento de nuestra historia suelen centrarse en otras cosas: retratan la llegada a las islas, lo mal que la pasaban los soldados, la crueldad de la guerra y de la dictadura. Lo que diferencia a Ni héroe ni traidor es que solo muestra el proceso de reclutamiento, los días posteriores al 2 de abril en un barrio de clase media de la provincia de Buenos Aires. Las reacciones de los padres y el poco entendimiento de la situación por parte de los chicos. Matías siente que ir a pelear es su deber, siente que es patriótico. EL abuelo le dice que él también peleó en España, en defensa de la República y contra Franco, lo alienta. La madre (Inés Estévez) le dice que está loco, que no sabe en lo que se mete, y el padre, desde su frialdad de macho de la época, intenta que entienda que ir sería una locura.

El conflicto central de la historia está en el título. Uno de sus amigos sabe que no quiere ir y le pide ayuda a Matías para zafar del reclutamiento. Otro de sus amigos es hijo de un General y, al tener asegurado un trabajo de escritorio, llama «cobarde» a cualquiera que no quiera ir. «Alguien tiene que ir», dice una madre en uno de los momentos más duros de la película, con una brillante Inés Estévez mirando a esta mujer y sin poder creer la frialdad con la que lo dice.

Una película profunda, que se siente importante y necesaria. Que no deja de remarcar lo injusta que fue esa guerra y aquellos que la declararon. Que no fue patriotismo, sino un acto ciego de una dictadura dando el último manotazo. Una poderosa historia que es efectiva gracias a un sólido guion, así como a actuaciones sensacionales que ponen la piel de gallina.

8 puntos

 

 

 

 

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