Obligada a sobrellevar un embarazo accidental y sin alternativas viables para poder realizar un aborto en su propio estado, Autumn y su prima Skylar se embarcan en un autobús rumbo a la desconocida Nueva York.
LA ODISEA DE UN ÁNGEL
Autumn, interpretada por Sidney Flanigan, canta como los ángeles. En medio de su despegue, guitarra en mano, un imbécil en el público le grita «puta». En el alarido se tambalea. Pierde la concentración y, por el requiebre de su rostro, pareciera que hasta las ganas de vivir. Ella es la protagonista de la más reciente película de Eliza Hittman. Autumn es una víctima normalizada de una sociedad patriarcal, que deja a las mujeres como único consuelo el cariño de la caricia esporádica, para después, como cliché cíclico, condenarlas por eso. La mujer sale preñada. Es un castigo divino. Tal vez de allí la explicación de la beldad del afiche de la película Never Rarely Sometimes Always: el rostro de Flanigan con cierto aire virginal, como un retrato de Botticelli.
Entonces el Nunca Rara vez A veces Siempre, que sería la traducción literal, se permite abrir el espacio de la comodidad. Es fácil llenar una encuesta que expone el vacío. ¿Dónde han de llorar los ángeles que no han podido expresarse, aclarar dudas, u orientarse en un mundo que siempre condena a los débiles? ¿Te han violado? Nunca Rara vez A veces Siempre; y remarcas. ¿Tus padres saben que estás aquí? Nunca Rara vez A veces Siempre; y remarcas. ¿A alguien le importa lo que te pase? Nunca Rara vez A veces Siempre; y remarcas tu respuesta, que es, en muchas ocasiones, como sacarte el corazón en vivo y ver, delante de extraños, cómo deja de latir.
La película es la desgarradora historia de cómo una joven adolescente de 17 años tiene que arremangarse en la odisea de buscar la forma de abortar un hijo no deseado, hecho quién sabe en qué circunstancias -el abuso acecha, siempre, como un lobo-, yendo de un pueblo en Pennsylvania hasta la monstruosa Nueva York. ¿Por qué? Porque la vida de Autumn en el lugar donde vive no es de ella. Qué, si no es un animal salvaje, es el mazo de la familia quien la amenaza. La película destroza cualquier empatía con las figuras de autoridad. La escuela, la familia, la religión, la burocracia, la economía. Hittman, que también la escribe, se enfoca en los destinos de su protagonista y su prima Skylar (Talia Ryder), la única capaz de echarse al lomo la peste de ir contra la corriente. La cámara, cercana casi siempre al rostro. La cámara en mano. La cámara testigo silente, como nosotros, que podríamos estar en conocimiento de una situación parecida, y haríamos como la cámara: ver y callar.
Las religiones, en nuestras sociedades, jugaron un papel moral fundamental. En los primeros momentos ajustaban, según el desarrollo de las comunidades donde habitaban, los parámetros del comportamiento humano para hacerlo más llevadero: para evitar el infierno -el caos-. Aquí la religión, también solapada, triste, gris, como una pared en la víspera que no termina de derrumbarse, da la mano al que golpea y al que acecha. La religión es el estandarte de la estupidez y la irracionalidad. Never Rarely Sometimes Always es una película triste, donde su protagonista va acumulando angustias a lo largo de su travesía; donde, ni liberándose, encuentra calma. ¿Por qué? Porque hay que volver a la vida injusta, ilógica, e intransigente de donde venimos.
No es la comedia directa, aunque algo complaciente de Juno de Jason Reitman, ni la brutal 4 meses, 3 semanas, 2 días, del rumano Cristian Mungiu, donde el contexto de un régimen autoritario trastoca la normalidad. Never Rarely Sometimes Always es un drama neorrealista, tan patente y feroz, que su efecto psicológico aturde y golpea en cualquier esquina donde el viento sople. Un auténtico terror.
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