Crítica de Muerte en Buenos Aires

Buenos Aires, años \'80. El inspector Chávez, un hombre de familia y rudo policía, queda a cargo de la investigación de un homicidio en la alta sociedad porteña. En la escena del crimen conoce al agente Gómez, un atractivo policía novato que se convierte en su mano derecha y al que usa como carnada para atrapar al asesino.

Entre masivos cortes de luz programados y luces de neón por doquier en una suntuosa y erótica Buenos Aires a fines de los ’80 transcurre la trama de Muerte en Buenos Aires, el debut cinematográfico de Natalia Meta, que sigue apostando al cine nacional de calidad.

Con el asesinato de un importante personaje de alcurnia de la ciudad se dispara la acción del híbrido entre policial, thriller y comedia negra, a caballo de exponentes tan raros y alejados como una versión porteña de la serie Miami Vice y un gran dejo de Brokeback Mountain -en palabras de la directora, que se imaginó que en tierras nativas la historia ocurriría entre policías en vez de vaqueros-. Si bien está lejos de ser perfecta -algunos diálogos y un confuso tercer acto merecían una pulida extra- Muerte en Buenos Aires se beneficia de un elenco comprometido con la labor de entretener y juguetear con sus personajes, al borde de la caricatura en una ciudad que se prestaba a ello. Sin ir más lejos, el secundario de Mónica Antonópulos sabe que es una especie de femme fatale que nunca hubiese existido en una Buenos Aires real de los años \’80, y entonces se dedica a pasearse con conjuntos de la época, bailar sensualmente y ser la única protagonista femenina que tiene peso alguno, aunque su persona quede desdibujada más y más con el correr del metraje.

El centro neurálgico lo componen el Inspector Chávez de Demian Bichir -una elección extraña e inesperada pero muy festejada, que le da el vuelo internacional necesario al film – y Chino Darín, que no es el completo desastre que ha demostrado ser en pequeños papeles en el pasado, y en su primer protagónico hecho y derecho genera una complicidad y credibilidad impensadas. La química de ambos, borroneando la línea entre la connivencia y la atracción pasional, es muy palpable durante toda la película, incluso cuando ciertas situaciones arremeten de lleno contra toda la relación construida a base de pequeños pasos entre ellos. El resto del elenco es un compilado de cameos interesantes, como el comisario de Hugo Arana, el corrupto juez de Emilio Disi o la aparición meteórica de Luisa Kuliok que si tiene una o dos líneas en toda la película para justificar su cameo, se puede llamar contenta.

Juzgar al film por ese extraño teaser presentado en cines es demasiado apresurado y me siento contento de saber que el resultado final de Meta tiene sentido en su totalidad, tanto como historia de corrupción y muerte, como por su apartado técnico y estético. Es difícil saber cómo lucía la ciudad en los años \’80, así que les propongo a los que sí la conocieron así que jueguen a ver las diferencias entre la realidad y la ciudad de ficción, a mi parecer una justa y agradable caracterización que funciona también como pulmón de la historia, un lugar donde todo es posible, incluso esa alocada y onírica carrera de caballos por las calles de la ciudad que tanto se promocionan en los avances, prometiendo ser la escena más destacada y recordable de la propuesta.

Junto con la reciente Betibú, Muerte en Buenos Aires es un engranaje más del cine nacional comercial, que sigue aportando interesantes exponentes del género y que demuestra que no todo tiene que ser una secuela de Los Bañeros más locos del Mundo o una Esperando la Carroza 2.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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