Crítica de Mi Mamá Lora

Juana forma parte de una familia muy especial. Lo descubre el día que su mamá se transforma en una lora. Tiene tres días para que recupere la forma humana de lo contrario quedará como lora para siempre.

Hace un año comenzó su peregrinación por festivales alrededor del mundo y finalmente Mi Mamá Lora, la ópera prima de Martín Musarra, debuta en las salas locales. Con una apuesta al realismo mágico, minimalista y rebosante de mensajes positivos, la película infantil nunca prolonga su estadía mas de lo necesario para contar una hermosa fábula.

Basada en una historia de Paula Mastellone y Diana Russo, tiene en su epicentro narrativo a la pequeña Juana (Valentina Marcone, en un debut para el aplauso), una precoz niña de 11 años cuyo ámbito familiar le ha quedado pequeño. Rodeada de sus amorosos padres, su extravagante tío y su adorable abuela, ella cumple años envuelta de afecto pero con un aura de tristeza. No puede escapar del yugo de su controladora madre, quien por puro temor no la deja relacionarse con sus compañeros de clase, dado que la familia esconde un secreto importante: pueden convertirse en animales. Esta magnífica pero a la vez devastadora revelación llega en un momento cúlmine al seno familiar, cuando la matriarca deje paso a sus nervios al ver a su hija crecer y se transforme en un bello loro verde, quizás para siempre.

Este detalle le aporta un halo mágico a la película, que durante 80 minutos emprende una aventura única para Juana, el resto de su familia y sus compañeros, que se unen a la travesía para rescatar a la madre de la joven. Filmada íntegramente en Concordia, Entre Ríos, nunca pierde el norte en cuanto a los valores que gusta representar. Los lazos familiares, la amistad, el mensaje anti-bullying, la aceptación, el crecimiento de los hijos, todo forma un cóctel que traspasa los límites del género infantil y se convierte en un proyecto para toda la familia. En una época en la que toda producción para la platea menor son puros efectos computarizados, es refrescante encontrar una propuesta que conserve los pies plantados en el suelo. Ahí donde las claras barreras técnicas se hacen notar, Musarra le escapa a dichos obstáculos con astucia y buen tino.

Mi mamá Lora es una combinación estimulante de preciosidad narrativa, pericia en la dirección, excelente ambientación musical e inventiva en la historia. Pasará desapercibida con el aluvión de proposiciones infantiles y productos comerciales destinados a vender merchandising, pero como representante latinoamericana del género es para aplaudir de pie su osadía de crear tanto con recursos tan económicos.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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