Crítica de Maleficent: Mistress of Evil

La película continúa explorando la compleja relación entre el hada de enormes cuernos y la futura reina, mientras forjan nuevas alianzas y se enfrentan a nuevos adversarios.

Maleficent: Mistress of Evil es un excelente ejemplo del funcionamiento de la máquina, capaz de lanzarte cinco secuelas antes de que toques el suelo. Nadie esperaba ver la historia de origen de la villana de La Bella Durmiente, pero con sus grandes problemas la película existió y, para alegría de Disney, fue un éxito arrasador en materia de recaudación. Así es que se le da una segunda parte cinco años después, todavía más innecesaria que la anterior, sin importar que haya incluso menos ideas para contar o que hasta se desdibujen algunos de los pocos aciertos que habían tenido la primera vez.

La del 2014 se presentó para hacer justicia a Maléfica, el epónimo de los antagonistas de la Casa del Ratón. Se relató la historia de cómo se endureció su corazón bueno y noble, sosteniéndose prácticamente por completo en la historia original de Sleeping Beauty (1959), la cual volvió a narrar bajo un nuevo prisma. Y se le dio una pequeña vuelta de tuerca sorora sobre el final, uno de los pocos argumentos positivos y originales que tan limitada propuesta tenía para presentar. Para funcionar, esta segunda parte necesita que quienes vivieron la entrega anterior se olviden de todo lo ocurrido.

No hay ejemplo más notorio que el de Aurora, con una Elle Fanning a la que se la lleva a tomar decisiones verdaderamente inexplicables en pos de la trama, que socavan su desarrollo y la hacen retroceder unos cuantos casilleros. Totalmente fascinada por casarse con su príncipe, es capaz de pedirle a Maléfica que oculte ciertos rasgos característicos de su cuerpo y traicione su identidad. En vez de creerle a su madrina que la ama de verdad, que la nombró soberana de su reino y a quien conoce por completo desde hace años, elige tomar por ciertos los dichos de su futura suegra, la evidente antagonista. No hay mucho que pensar, porque sino no habría película, con lo que la forma en la que Aurora descubra la verdad será igual de desprolija e injustificada.

Reinas de lo pasivo-agresivo, el duelo entre Maléfica e Ingrith se propone como una intriga palaciega con ínfulas de Shakespeare o Game of Thrones. La segunda, con una Michelle Pfeiffer que mantiene un rostro adusto en todas sus apariciones, es la que diseña todo su plan hambrienta de poder. La primera ya no es la villana sino que es una heroína total, con lo que torpemente se tiene que reconvertirla en antagonista para justificar el desarrollo de su historia, una que en vez de revisar su propio pasado elige adentrarse en el de su raza, con un reino de hadas oscuras de poderes como los suyos, aunque ninguno tan fuerte como ella. Claro que no hay como Angelina Jolie, quien otra vez tiene que ser filmada en todo su esplendor.

No hay mucho más que decir de Maleficent: Mistress of Evil –engañosa elección de título-, que no se haya dicho. Quizás sumar que las soporíferas dos horas de metraje son un despropósito, que solo levanta algo de ritmo en los minutos finales cuando se lanza a la guerra. Innecesaria secuela de una innecesaria primera parte, que descarta lo poco valorable de la anterior para dar pie a una película vacía de contenido, pero con el impecable CGI y toda la fiesta de color que se espera de un proyecto así –muchas de sus imágenes son realmente bonitas-. Después de dos fallidas películas consecutivas con el sello Disney, quizás es momento de que el director Joachim Rønning explore otros horizontes.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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