Ah, qué sería de la cartelera local sin una de terror o, en el caso que nos compete, una comedia dramática europea. Y tal como le sucedió a Pedro Almodóvar allá lejos en el tiempo, la directora, guionista y dramaturga Amanda Sthers cayó rendida a los pies de la española Rossy de Palma, de manera tan fuerte que le escribió una película como vehículo de lucimiento perfecto para los encantos tragicómicos de la consagrada actriz. Esa labor de amor se traduce en Madame, una dramedia bastante agridulce que se ilumina cuando ella está en pantalla, pero que se apaga cuando su personaje no está presente.
Jugando con la sátira de las clases sociales, el matrimonio americano compuesto por los excelentes Toni Collette y Harvey Keitel deja la mesa servida -nunca mejor dicho- para los desentendidos y situaciones graciosas al hacer pasar a su criada por una socialité española de alta alcurnia. En una cena en donde el snobismo está a la orden del día, con comensales aparentemente insufribles, que una mujer básica y anodina tenga su lugar es algo que atemoriza a la anfitriona y su nerviosismo es palpable, lo cual agudiza aún más el sentido de comedia que se propone. Quizás sea por las sutilezas europeas o que maneje otros códigos más sensibles que, digamos, la nueva comedia americana, pero Madame falla dignamente en extirparle carcajadas a la audiencia. La situación me hizo acordar de ese episodio de Los Simpsons donde Lisa se equivoca de salón y entra en una clase de francés, los niños se ríen de ella y el profesor los amonesta y los insta a reírse en francés. Así me hizo sentir por momentos la película, como que lo deja a uno fuera porque apunta a cierto nicho generacional y el resto que vaya a mirar otra cosa.
La historia prácticamente de Damo y la Vagabunda que protagonizan de Palma y el sobrio Michael Smiley se lleva todas las miradas, sobre todo porque no hay mucho más para ver alrededor. Collette, consagrada actriz, tiene poco y nada que hacer aparte de marcar las diferencias entre criada y señora, ya que el guión propio de Sthers la deja como una nueva rica frustrada que no sabe muy bien qué quiere de su vida, casada con el millonario encarnado por Keitel, pintado al óleo en la trama ya que solo aporta su grano de arena con problemas económicos de alguna índole. Peor se las trae su hijo, interpretado por Tom Hughes, cuyo aporte a la trama es totalmente inconsecuente y disperso por demás.
Está mas que claro que Sthers quiso armar una comedia alrededor de Rossy -la cual logró- pero también aleccionar al público sobre las clases sociales, los romances de cuentos de hadas versus los reales y lo agridulce que puede resultar un enredo amoroso pero arrastrado al realismo de la vida cotidiana. En algunos aspectos, Madame logra subrayar esas diferencias, pero en los 90 minutos de duración ese concepto principal se diluye con subtramas que no llevan a ningún lado y que resultan poco aditivo a la magia que produce Rossy de Palma y su luminoso personaje.
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