Crítica de Lucky

Lucky tiene 90 años pero el espíritu de un joven lleno de vida. Pese a fumar sin parar, su envidiable salud le permite tener una rutina cargada de actividades. Todo parece estar bajo control hasta que un inesperado desmayo le hace poner las cosas en perspectiva.

Lucky tiene 90 años. Todos sus días siguen una estricta rutina. Se despierta, prende un cigarrillo, hace yoga, fuma un poco más. Toma un vaso de leche, lo vuelve a llenar y lo guarda en la heladera. Este es sólo el principio del día y el de la película. La ópera prima de John Carroll Lynch es, además de una interpretación nostálgica pero acertada de la vejez, un digno homenaje al gran Harry Dean Stanton.

En un pequeño pueblo de California, Lucky vive solo y todos los días hace lo mismo. Y si bien la película parece mostrar eso, sólo es la excusa para acercarnos a un personaje que, llegado ese momento en su vida, tiene que enfrentar su propia mortalidad y aceptar que en algún momento su tiempo se va a acabar. Puede que el film recaiga mucho en la nostalgia, pero no deja de ser una emocionante aproximación a algo que, en cierto punto, les sucede a todos. Él es ateo y quizás por esto no busca consuelo ni escape sino que, con esa certeza de que la muerte es inevitable, sigue haciendo lo mismo todos los días, pero sabiendo que tiene miedo.

Harry Dean Stanton hizo papeles secundarios durante casi toda su carrera, y es más que merecedor de este último protagónico. El actor, que falleció el septiembre pasado, brinda una interpretación emocionante y que interpela desde el primer minuto al espectador. Lucky fuma más de lo que cualquier persona de esa edad debería, pero el mismo médico le dice que su salud es increíble. Los personajes que suelen estar al final de su vida tienden a estar enfermos, o por lo menos se nos dan indicios de que no les queda mucho. Lo curioso de él, es que no hay ninguno. Es un hombre saludable pero que sabe que eventualmente morirá, y aquí reside la mayor fortaleza de la película.

Una historia que desborda simpleza, ahí es donde encuentra su mayor fuerte. No pretende ser nada, simplemente es. Una trama que emociona, que se siente cercana y por eso real. Hace reír, por ejemplo, con el personaje de David Lynch, que interpreta a un amigo de Lucky al que se le escapó la tortuga, o Ed Begley Jr., el medico que es más testarudo que el paciente. La importancia de esta película no está sólo en que es la última actuación de Stanton, o que es la primera dirigida por Carroll Lynch. Sino en cómo desde una historia común, casi cotidiana, logra crear una inolvidable.

 

 

 

 

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Julieta Cáceres

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