Crítica de Los Caballeros / The Gentlemen

Un norteamericano que triunfó gracias al tráfico de drogas en Londres, decide vender su imperio. Cuando llega a la calle el rumor de que busca alejarse, eso pone en marcha una serie de maquinaciones para arrebatárselo.

Después de una década abocado a imprimir su particular estilo a producciones no originales, Guy Ritchie finalmente decidió volver a ese terreno que le hizo su nombre en primer lugar: el de los gángsters en Inglaterra. Ese molde que concibió para Lock, Stock and Two Smoking Barrels, perfeccionó para Snatch, trató de convertir en algo más y falló con Revolver y que abandonó después de RockNRolla, que no pudo dar pie a su anunciada secuela. Pero el británico regresó a sus raíces con The Gentlemen.

Se tomó un tiempo de descanso para llevar su sello de edición acelerada y coloridos personajes del bajomundo, lanzados a una historia mezcla de drama y comedia, hacia otro tipo de producciones con mejor o peor suerte, y ahora está de vuelta para demostrar que sigue siendo el rey en lo suyo. Y lo es. Nadie hace una película de Guy Ritchie como Guy Ritchie, lo cual no necesariamente implica que esa vaya a ser buena.

Corte a Mickey Pearson, nuestro protagonista. Un Matthew McConaughey que suena exactamente como uno esperaría que suene. Un americano que es señor del crimen en Londres, menos cockney y más texano. Quiere dejar todo atrás, salirse de los negocios ilegales y disfrutar del retiro. La mediana edad lo alcanzó. La comodidad de su vida de lujo hizo que perdiera el apetito por la violencia. Es un león que come cuando tiene hambre, pero el rumor en la calle es que se ablandó.

Encadenado a Guy Ritchie, que viene de dirigir Aladdin.

No es suficiente con actuar como el rey, dice Mickey. Hay que actuar como tal y no puede haber dudas de ello, porque las dudas provocan caos y la propia debacle.

La respuesta del director es The Gentlemen, una vuelta sobre su propio universo cinematográfico. Eso implica básicamente seguir utilizando el plano que trazó para Lock, Stock y aplicarlo para una nueva historia, con otros particulares personajes y vueltas de tuerca, pero que se conoce bien. Como si se tratara del Dave Green de Revolver –por cierto, la película con la que trató de romper el círculo más allá de que fracasó en el resultado-, tiene una fórmula probada de éxito que usa una y otra vez.

Y funciona.

Su narrativa es siempre dinámica, los diálogos veloces, los cadáveres se apilan, las risas fluyen. Están tildados todos los casilleros que se esperarían de una película de Guy Ritchie, con leves modificaciones para que no se concluya que es lo mismo una y otra vez. Hay un meta-marco narrativo que supone una forma original de reemplazar –o disimular- al tradicional narrador de su cine. Cosa que le permite brillar a Hugh Grant, quien se ve acompañado de un Charlie Hunnam que se limita a decir sus líneas y que brille el otro. Está el peculiar grupo de ladrones que asalta a la persona equivocada, aquí con números de baile y rap incluidos –otro que se destaca es Colin Farrell, que desde hace ya tiempo que siempre busca ir por más-. Está el músico que actúa, las persecuciones, la violencia fuera de cámara, el único personaje femenino.

Quizás la principal diferencia resida en el foco de la historia. El protagonista es el Rey de la Selva, no aquellos que están en lo más bajo de la cadena alimenticia y buscan ascender. Ambientada en el lucrativo negocio de la marihuana, se mueve entre los jugadores de alto perfil, aquellos con poder económico, social, mediático y, por supuesto, de fuego. Y es innegable que Guy Ritchie sabe lo que hace. La historia atrapa, hay buen timing para la comedia y, a fin de cuentas, se la disfruta. Eso es lo que cuenta. Más allá de que la salsa sea siempre la misma y te lo presenten como un plato diferente.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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