Un padre y su hija están atrapados en el bosque después de que una pandemia mortal alterara radicalmente el mundo.
Las cargas abundan en el viaje del miedo.
Román es un hombre que acostumbra visitar a su madre en ciertas temporadas, y gusta de dormir en el patio, acostado en la hamaca. Su hija de ocho años lo acompaña. Allí se hunden en el sueño mientras observan entre las palmas de coco las pocas estrellas que las luces de la ciudad les dejan ver. Una noche, Román es despertado abruptamente. Un joven armado le pregunta, mientras señala la hamaca donde duerme la niña, si es varón o hembra. Él, aún con el terror, le responde que es varón. El invasor pareciera chasquear con pesar y desaparece. El terror de Román es el mismo de Casey Affleck, interpretando al padre de Reg (Anna Pniowsky): el de los hombres que aman a las mujeres; ya sean sus hijas, esposas, hermanas, madres, o amigas. Su papel, como nos tiene acostumbrados -ver los ejemplos de Manchestar by the sea, The assassination of Jesse James by the coward Robert Ford, A Ghost Story, entre otros-, es el de un hombre encorvado, con un gran peso en el alma.
Light of my life es una película post-apocalíptica que describe el viaje de un padre al etéreo concepto de la seguridad, después de que un virus aniquilara a casi la totalidad de las mujeres del planeta. Este huye, recrea y conduce, en medio de un norte helado -como su tiempo, frío y seco; amenazador y tan vivo- a su hija, sorteando la presencia de otros hombres, que al descubrir que es hembra, pudieran tomarse la libertad de violentarla, porque es asquerosamente más seguro presentarla como un niño, un varón. El film recrea de forma sostenida y magistral el camino a ninguna parte -hay un pulso terco de planos generales en el descampado que sobrepone el aire de los árboles encima de los hombros de «Papá»-: este hombre quiere salvar a su hija, pero dicha salvación, lo presiente y nos lo deja muy claro en la tensión que desprende, no será duradera. Él se quebrará y necesitará de otros. Pero ¿quiénes?
Reg es la representación de la inocencia y la lógica. Ella, que pregunta cuándo el mundo será «correcto» nuevamente ¿Por qué no ser lo que se es? ¿Por qué no vestir como le gustaría? ¿Por qué no, lo que sea, sin ser víctima de la violencia? El mismo Affleck, acusado de acoso en medio de la avalancha del #MeToo, donde de la negación pasó a aprender, y asumir, presenta con un guion de su autoría una metáfora clara del miedo en una sociedad donde abres un enlace y te encuentras historias tan desgarradoras como mujeres y/o niñas violadas en grupo; donde la estadística indica, como clavo fijo, que el agresor en la gran mayoría de las ocasiones suele ser un familiar o amigo cercano. ¿Cómo pueden sentirse ELLAS, ante el insistente acoso de desconocidos diciéndole cosas en la calle, en medio de la salvajada que viven? Pero Affleck también pone en contraprestación la postura de los hombres que no acosan ni violan: los que aman, respetan y cuidan. Ellos también viven el terror de la selva inmoral que desviste de lógica, inocencia y seguridad, a más de la mitad de la población. ¿Será casual que la brillante Elisabeth Moss, protagonista de la serie The Handmaid’s Tale, haga el rol de mamá?
Light of my life es una película magnífica, lenta, y fría. La simetría de sus planos, los poquísimos movimientos, la fotografía como emulsión dosificada y poética de la luz, los portales como forma de enmarcar etapas de hundimiento o salvación, y la zozobra sobre el porvenir de los personajes, lo que habla muy bien de su construcción. Una dirección soberbia de Affleck, sin llegar a lo espectacular. Hay momentos previos al dormir, donde padre e hija comparten historias, inventadas e interesantes, donde la cámara se acerca, cálida y risueña -único extravío del amarillo y el naranja en medio de lo gris-, y departe con ellos ese soplo de intimidad, de amor magnánimo.
Pero el miedo trae consigo la paranoia. Por esto también es una película ética -tal y como lo explica el personaje de Affleck: como la forma aplicable y posible de la moral- donde la decencia es rechazada y agredida porque el miedo es mayor. Y aquí radica parte del mensaje clave: el miedo también es un motor que acelera de forma contraria al razonamiento lógico. El miedo agota, nubla y entorpece. Deshumaniza. Porque los depredadores, cuyo miedo solo se expone ante la posibilidad de verse enfrentados por una fuerza moral, igual o superior que los anule, se sienten a sus anchas.
La desaparición de las mujeres en nuestro mundo no es más que el fin de la vida, ya sea por introspección, claustro o muerte. Pero ese fin no es inmediato. El fin de la historia, del contrato social, de los Estados Nación, el fin del amor, por acción del miedo que paraliza, que cohabita con el desaliento y niega la justicia, es un largo bajar al sepulcro.
Menos mal que todavía hay mujeres y hombres capaces de cargar el mundo sobre sus espaldas, y persistir, a pesar del horror. Que lloran, gritan y ríen, aunque el ruido los convierta en presas.
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