Crítica de Les Affamés / Los hambrientos

En un pequeño y remoto pueblo en las afueras de Quebec, las cosas han cambiado. Un puñado de sobrevivientes van a esconderse al bosque, buscando a otros como ellos.

No todos los días uno tiene la oportunidad de ver una película de zombies canadiense. Por fuera de las andanzas de David Cronenberg en los años ’70, el cine de horror era una rareza dentro del mercado cinéfilo en Canadá, pero que se ha convertido de la noche a la mañana en un éxito comercial debido a su bajo costo de producción, así como un género pujante en los circuitos de festivales varios. Les Affamés (Los Hambrientos) es un exponente de dicho resurgimiento, una visión única aunque simplista sobre el tópico de los no-muertos, que se beneficia de la presencia de un director como Robin Aubert para encaminar un barco con varios viajes encima.

Al comenzar su película en media res, Aubert toma una hábil decisión que da el pistoletazo de largada al film con mucha potencia, casi como esa fabulosa compañera de subgénero que es la remake Dawn of the Dead, de Zack Snyder. Descartando todo tipo de explicación sobre lo sucedido, Les Affamés tiene lugar en un mundo post-apocalíptico que ha caído en las fauces de los voraces muertos vivientes, y los orígenes de la infección, el estado de las ciudades, el gobierno y el despliegue militar consiguiente son datos que el espectador irá especulando aquí y allá, nunca confrontado por un científico en bata que explique de A a la Z lo que sucedió. Aubert tiene un gusto predilecto por las locaciones rurales, por lo cual la acción tiene lugar completamente al norte de Quebec, donde casas de campo rurales, autopistas abandonadas, estaciones de servicio, bunkers industriales y flora y fauna en su estado más salvaje le prestan a la historia un escenario natural que se hermana mucho con lo visto en The Walking Dead, pero algo más pintoresco y exuberante.

El apartado visual y la dirección pueden destacarla, pero no deja de sentirse el hecho de que el guión de Les Affamés aleje a varios espectadores con su cotidianidad y falta de arrojo narrativo. Las primeras escenas introducen a la selección de sobrevivientes que veremos intentar llegar hasta el final: Bonin (Marc-André Grondin), el líder de facto, Tania (Monia Chokri), una mujer asustada que ha sido mordida -por qué o quién, no sabemos-, Céline (Brigitte Poupart), una empresaria aguerrida; Ti-Cul (Édouard Tremblay-Grenier), un joven campechano que ha liquidado a sus padres, Thérèse y Pauline (Marie-Ginette Guay y Michelin Lanctôt), un par de ancianas lesbianas; y una misteriosa muchacha llamada Zoé (Charlotte St-Martin). Casi la primera mitad del metraje se centra en reunir a estos personajes (aún cuando no sabemos ni sus nombres) y el eje narrativo se posa exclusivamente en encontrar el próximo refugio contra la horda asesina. El resultado es, por momentos, un viaje de ruta con zombies de por medio, pero con destino final incierto. Que la búsqueda de un resguardo realmente no tenga una conclusión fehaciente es un testamento al punto de vista oscuro y nihilista de la película, pero es un detalle muy pesimista que hace que la hora y 40 se sientan más largas de lo que realmente son.

Por fortuna, los escenarios únicos, el concepto de zombies y el oscuro sentido del humor que trae consigo ayudan mucho a nivelar los desperfectos. Ya tocamos el hecho de los ambientes rurales y Aubert, pero hay que aplaudirle la presencia de los bosques, que aparecen frecuentemente y condensan un sentido de aislamiento angustiante. Tales bosques oscuros sirven como campo de cacería de humanos y presentan la secuencia más alucinante de la película, que tiene lugar en la oscuridad de la noche y la mezcla de edición y falta de luz provoca un efecto desorientador severo que generará picos de adrenalina en la platea.

El aspecto de los zombies, mientras tanto, le resta puntaje ya que no ofrece nada que no se haya visto antes, pero sus acciones -chillidos agudos, cierta tendencia a permanecer en trance y coleccionar objetos en torres altas- los hace un poco más memorables. Con respecto a los detalles de la infección, quizás el aclarar aunque sea un poco su origen hubiese beneficiado al relato, sobre todo porque el tiempo de mordida a conversión varía según lo requiera la trama. Por último, la comedia negra es un campo que Les Affamés no tiene miedo de pisar, en el cual Bonin destaca por la variedad de divertidos chistes malos que cuenta y un gag recurrente que se vuelve indispensable la tercera vez que sucede, tanto que tendrá a varios largando carcajadas de incredulidad

Les Affamés puede resultar demasiado familiar para la audiencia que ya ha sufrido ocho temporadas de muertos caminantes en los últimos años, así como decenas de películas mucho mejores en las ultimas décadas, pero el que pueda darle una pequeña oportunidad a esta rareza canadiense se verá recompensado con un buen exponente de género.

 

 

 

 

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Lucas Rodríguez

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