Buenos Aires, diciembre de 1995. Seis amigas y compañeras de una clase de salsa, todas ellas con personalidades muy diferentes, comienzan a imaginar un mismo sueño: pasar dos semanas de vacaciones en el Caribe. Pero su realidad económica no les permite salir de esa terraza en pleno centro de la ciudad, donde cada semana comparten la ceremonia de tomar sol.
Luego de la ingeniosa y celebrada Medianeras, Gustavo Taretto vuelve a utilizar como base fundacional un corto de su autoría para extenderlo a largometraje. Al igual que la arriba mencionada, Las Insoladas surgió en 2002 como una pequeña historia, donde dos amigas se dedicaban a abrasarse en pleno verano en la terraza de su edificio. Esas dos amigas ahora son seis y todas comparten la misma ambición: juntar plata e irse de vacaciones quince días al Caribe.
Los peligros de estirar una historia que funcionaba desde un corto son muchos, y en la aventura de arriesgar se puede ganar un poco, pero también se puede perder. El resultado de Taretto es una comedia sutil, light, que retrata con cierto nivel de agudeza la amistad femenina, y también un claro reflejo de lo que significaba el pertenecer en los años \’90, cuando el dólar en el país estaba en relación 1=1 con el peso, y la clase media disfrutaba de viajes a lugares paradisíacos… menos las protagonistas, aisladas en una terraza que, poco a poco, les va cociendo las mentes a lo largo de una tarde a la cual el adjetivo calurosa le queda chico.
Los desaciertos de Las Insoladas son pocos. Por un lado, aún con un guión sólido de parte del director -crear seis mujeres bien definidas aunque un poco unidemensionales no es poca cosa para un guionista hombre- en el terreno de la comedia hay pocas situaciones en las cuales las carcajadas brotan con facilidad. Muchos de los diálogos son inteligentes, llevados a buen puerto por un grupo selecto de actrices bien elegidas para cada uno de los papeles, que elevan el nivel de un libreto relleno de mañierismos y detalles de la época, mientras que otros momentos y situaciones se notan forzados y no cargan el mismo contenido de hilaridad. Este desnivel no termina de adecuarse y el resultado general es amable, aún cuando hay escenas muy destacables a lo largo del metraje. Falta empuje y mas decisión para terminar de redondear un buen producto, que podría haber resultado una comedia más efectiva.
Los aciertos, por otro lado, le dan otro gusto muy diferente al film. La fotografía es alucinante, creando un contraste muy logrado entre colores fuertes y la ciudad, ruidosa como siempre, en matices de blanco y negro, con un filtro dorado que ayuda a crear una sensación de sofocamiento compartido con el elenco, ayudando a esos gráficos que van mostrando poco a poco como sube la temperatura a lo largo del día. La unicidad, el estandarte que presenta Las Insoladas para equilibrar la balanza, son sus actrices, muy bien personificadas por un plantel de hermosas mujeres donde sobresalen por encima de las otras Violeta Urtizberea con sus letales ocurrencias, y Marina Bellati, como la problemática Vale. En general, todas tienen un ritmo chispeante y se retroalimenten las unas de las otras, creando esa sensación de que ya las conocemos muy bien desde hace tiempo.
Le tenía bastante fe al estreno de Las Insoladas y, si bien no colmó las expectativas que generé hasta el momento de su visionado, es una gran entrada dentro de lo que significa la nueva oleada de cine comercial nativo. Sin duda alguna, no pasará desapercibida en las carteleras.
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