Crítica de La Vida Nueva

En un pueblo de la provincia de Buenos Aires, Laura, una profesora de piano, y Juan, un próspero veterinario, se encuentran atravesando una difícil crisis de pareja cuando Juan, sin buscarlo, se ve involucrado en una pelea juvenil en la cual César, uno de los implicados, termina gravemente herido.

Hay muchas vidas a punto de comenzar en La Vida Nueva. Laura está embarazada de un hijo que no quiere tener, Juan, futuro padre, es testigo de una pelea entre jóvenes del pueblo y se ve obligado a tomar una difícil decisión. Además de la pareja está Sol, la estudiante de piano, quien puede obtener una beca que la saque del pueblo; Benetti, con la oportunidad de recuperar a su novia de la adolescencia y, atravesando a todos ellos, César, el joven herido que trata de arrebatarle a la muerte un tiempo más de vida. Para bien o para mal todos ellos están al borde de aquello que cambiará sus existencias y, a excepción del moribundo, está en sus manos que eso suceda. En cierto sentido el nuevo film de Santiago Palavecino llega a ese instante, pero allí se queda.

El trío de guionistas compuesto por Santiago Mitre, Alejandro Fadel y Martín Mauregui suman sus plumas a la del director para llevar adelante una película de muy buen desarrollo que, a la hora de la verdad, no termina de concretar. Conducen con pulso un film cargado de múltiples conflictos de peso, capaces por sí solos de sostener su propia historia. El amor, la ausencia del mismo, la culpa, el deseo, la música (muy buena, por cierto), son algunos de los temas que abordarán, con especial atención sobre el poder, aquel que seducía al Roque del antecedente más cercano de los escritores, la gran El Estudiante. Y aquí es el dinero el que otorga ese poder, aquel que permite tener en el bolsillo a todo un pueblo, aquel que lleva a un simple veterinario a olvidarse de sus principios y convertirse en cómplice en contra de aquello a lo que se oponía.

Alan Pauls, Martina Gusman y Germán Palacios son las caras de un juego de tres que no llega a constituirse como tal en forma plena. Ella como expresión de la crisis con una pareja que está a medias, porque Juan padece el distanciamiento de su mujer, pero a la vez hace lo propio alejándose emocionalmente luego de haberse traicionado. Y allí va y viene Benetti, el tercero en discordia, el músico exitoso, el que no quiere que la gente se harte de él y por eso desaparece tan rápido como llegó.

Sus historias son fuertes y así se las sigue, a la espera de algo que no ocurre. Todos al borde de esa vida nueva y ninguno capaz de tomarla. Juan víctima de una caída libre que le impide hablar aún si eso significa que todo lo que conoce se desmorone, Laura que posterga una decisión por décadas y sólo actúa cuando su presente se vuelve insostenible, y Benetti, que nunca fue capaz de llamar a su antigua novia y sólo vuelve cuando su sobrino está a las puertas de la muerte. Y allí está el film de Santiago Palavecino, a un paso de ser una gran película, pero sin decidirse a saltar.

 

 

 

 

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Migue Fernández

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